27 de abril de 2011

La cal y el 'chintófano'

Los factores que determinan el crecimiento de las plantas no empezaron a conocerse con precisión científica hasta bien avanzado el siglo XIX. Por experiencia, los labradores sabían que las tierras se agotaban con el cultivo y que era necesario abonarlas para mantener su rendimiento. También sabían de modo aproximado qué parcelas eran más apropiadas para plantar cereales y cuáles para pastos, viñedos u otros cultivos. Pero no tenían ni idea, lógicamente, de qué era el pH, el ‘potencial de hidrógeno’, definido en 1909 por el químico danés Sørensen y que mide el grado de acidez.

En Galicia la mayor parte de los suelos son ácidos debido al tipo de rocas que los conformaron –granitos y pizarras- y a la abundancia de precipitaciones. Para corregir el exceso de acidez lo mejor era añadir cal, cal que había que traer desde zonas cercanas en las que tal compuesto abundaba: desde el Cantábrico o desde algunas comarcas orientales gallegas como Sarria o Valdeorras. Precisamente en Valdeorras fue donde un destacado empresario, Marcelino Suárez González, estableció en 1900 la firma Caleras de Valdeorras para explotar los yacimientos locales de calizas. Una biografía del mismo ha sido publicada recientemente por Ricardo Gurriarán en el libro Empresarios de Galicia, coordinado por Xoán Carmona.


Como puede verse en un anuncio de la empresa de 1903, sus productos iban dirigidos al sector de la construcción, a varias industrias recién establecidas en Galicia –las azucareras y las que fabricaban carburo de calcio- y, lo que nos interesa aquí, a los agricultores. Un suministro de ‘borrallo de cal’ para mejorar sus tierras que se enfrentaba al problema de las deficientes redes de transporte existentes por aquel entonces.

Red ferroviaria gallega en 1900
El mapa de la red ferroviaria gallega de principios del siglo XX deja bien claro que eran muy extensas las zonas a las que no podía enviarse cal desde O Barco de Valdeorras -justo encima de la A de Astorga, en el mapa adjunto- por vía férrea, y ya no digamos por carretera. De ahí que Marcelino Suárez tuviese que crear sus propios servicios de transporte por mar para colocar su producto en las comarcas costeras, al igual que hacían otros empresarios, y botó en 1904 un balandro llamado Valdeorras.

El 'Valdeorras' atraca en A Coruña

No fue la valdeorrense la única empresa dedicada a fabricar cal viva, pero sí mucho más importante que otras fundadas con posterioridad –como por ejemplo Caleras del Lérez, Caleras del Ulla o Caleras de Tragove- que se ubicaban en la costa porque su materia prima llegaba por barco desde las costas cantábricas.

Décadas más tarde surgieron otras firmas cuyo objetivo principal era abastecer a los agricultores. La más destacada fue Calfensa -Calizas y Fertilizantes del Noroeste SA-, fundada en 1966 por Antonio Fernández López, Arcadio Arienza y Fidel Isla Couto en Oural (Sarria), al sur de la provincia de Lugo, pocos años después de que estableciesen en el mismo lugar la única fábrica de cementos de Galicia, Cementos del Noroeste.

Mejorada la red de transportes, llevar el producto a los cultivadores no era ya un obstáculo tan importante como a principios de siglo y había ahora que reducir costes en otra fase del proceso productivo: la de esparcir la cal por las tierras de cultivo. Surge así el ‘chintófano’, vocablo gallego que se usa para aludir a un objeto que se conoce pero cuyo nombre no se recuerda o no se sabe, en este caso el de una máquina un poco especial, con ventilador incluido.
Reportaje de 1974
Y como recuerdo la palabrita justo con ese uso, el de una cosa a la que no se encuentra nombre, como sucede con el verbo aquelar, pues me hizo mucha gracia que en una revista profesional del sector agrario se recogiese lo del chintófano, una 'palabra de oscuro origen', según el reportaje. Un caso de inventiva mecánica y de comodín del lenguaje coloquial, ya en desuso.

3 de abril de 2011

Tres anuncios de prensa en gallego: vinos y motores marinos

La prensa diaria de Galicia del siglo XX, y también la anterior, ha sido casi exclusivamente escrita en castellano. Y por eso son muy llamativos los anuncios publicados en gallego.

Aquí presento tres de ellos dirigidos a diferentes tipos de clientes: a los consumidores de vino, a los viticultores y a los armadores pesqueros. El primero apareció en la Gaceta de Galicia de Santiago en 1889, y ofrece 'Viño do Ribeiro: é do San Clodio, é moito bó'.

1889


Hay varias palabras que resultarán difíciles de entender al lector actual. La limeta era un tipo de botella que en este caso, como puede verse, se ajustaba a la que acabaría siendo la medida estándar de ¾ de litro. Can grande -cas en plural- la moneda de 10 céntimos y can pequeno la de 5. Y el neto era una medida de medio litro.

1933
Los otros dos anuncios salieron en El Pueblo Gallego de Vigo. Uno de ellos publicado en 1933 por un perito enólogo ourensano, Xosé Gómez García.

Y el otro ... el otro bate marcas de originalidad, casi atrevimiento, pienso yo, y es de 1926.


La letra manuscrita hace que destaque mucho respecto al resto de la página y además no resulta nada fácil entender lo que dice, por su personal caligrafía. Lo más curioso es que está en el gallego de Vigo, con seseo. Más abajo lo transcribo, y hago algunas aclaraciones.

1926

El texto es el siguiente:

Antonio Gonzales Cardó de Bousas.
Meu estimado amigo Antoniño:

Pídoche de fabor mandalle un recado a Pedregal a Calle Luis Taboada Nº 11 ou dille por telefono ao Nº 539 que desde que sabemos por aquí o barato que é o motor de gasolina que bende, que está todo o meu barrio en completa rebulusion, e histo ten a sua esplicasión y é por que ay que pagalo en pesetas Fransesas e estas a penas balen un real dos nosos, para a miña embarcasion bou a comprar un motor Avanse como o que compraches ti outro día por que en estes tempos de pouca pesca ay que mirar muyto por os cartiños, pareseme que un como o que ten o Loroña de Rios é pequeno porque é como o de Carragal de Marín, pra min ten que ser como o do Perucho da Ribeira ou como o do chischis e Serbera de Cangas, o fillo de Vieira díxome que tiña que ser como o de Alonso ou de Pacheco da Guardia, de todas maneiras muytas grasias.
Serafín Domínguez.
 
El anuncio recurre a la fórmula de "yo compré el producto y me parece excelente" y fue puesto por la sucursal en Vigo de la casa comercial coruñesa de Ismael Pedregal, representante de los motores suecos Avance. De los armadores citados sólo me suenan Vieira, de Bouzas, y Fernández Cervera, el conservero de Cangas.

1922
Y lo de las ‘pesetas Fransesas’ tiene que ver con la depreciación sufrida por el franco tras la Primera Guerra Mundial. Si en 1918 el tipo de cambio era de casi 75 pesetas por franco, en 1926 la cotización de la moneda gala había descendido a 22 pesetas, mínimo absoluto del período de entreguerras, según los datos recogidos en las Estadísticas Históricas de España (2005), p.705, Fundación BBVA. Lo cual encaja perfectamente con lo apuntado por el autor de la carta: que un franco apenas valía un real, es decir, 25 céntimos de peseta.

Supongo que aunque fuesen motores suecos, Pedregal los traería de un distribuidor francés y de ahí que la cotización del franco y no la de la corona sueca fuese lo decisivo. O que simplemente el fabricante sueco exigía a los importadores españoles que pagasen en francos. En todo caso, la baja cotización de la moneda francesa hacía más interesante la compra.

En fin, lo dicho, un anuncio peculiar y casi jeroglífico, sólo descifrable por los armadores de aquel tiempo y por los historiadores económicos.