26 de junio de 2011

Alcornoques, boyas, colmenas y guerrilleros

Vamos allá con una historia curiosa, anecdótica. Galicia no es tierra de alcornoques, sobreiras en gallego. El mapa adjunto muestra que ni Galicia ni el corredor que desde ella recorre el norte de la península reúnen condiciones naturales óptimas para su desarrollo: es un árbol propio de climas mediterráneos.

'Distribución natural' del alcornoque

Pero siempre hay que buscar distintas fuentes de información. El mapa anterior procede de la voz Quercus Suber –alcornoque- de la wikipedia española, tomado a su vez de la Enzyklopädie der Laubbäume (Enciclopedia de Árboles Caducifolios), publicada en Hamburgo en 2006.

Uno sigue buscando y encuentra otro mapa elaborado por Euforgen, en el que comprobamos que las Rías Bajas y las cuencas del Sil y del Miño encajan en las áreas de distribución natural de nuestro árbol. Es la Galicia más mediterránea, por decirlo así. Aquí tenemos la parte del mapa correspondiente a la Península Ibérica.

'Distribución natural' del alcornoque

Así que no es de extrañar que en el sur gallego hubiese sobreiras y, como es sabido, el interés de las mismas reside en su corteza, en el corcho, usado en la elaboración de tapones para embotellar todo tipo de vinos; una actividad que se inicia en España –en Girona- en el siglo XVIII. Pero el corcho recibía otros usos que explican la presencia de alcornoques en las comarcas gallegas antes señaladas.

Uno de ellos era la fabricación de boyas para la pesca, antes de que llegasen las de plástico, claro. Las declaraciones de los peritos del Catastro de Ensenada a mediados del siglo XVIII lo dejan bien claro en el caso de dos parroquias próximas a la desembocadura del Miño, en la frontera con Portugal.

Los peritos de O Rosal especificaban que los vecinos poseían “Dehesas de Robles, Pinares y Sauces que sirven sus maderas para la composición de las viñas terrestales; que sirven sus maderas para Arcos de las vasijas donde se recoge el vino; Alcornoques que sirve su descorcha para Boias de las Redes”. Y lo mismo señalaban los peritos de la limítrofe parroquia de Tabagón: “Ay tambien Dehesas de Alcornoques que solamente produzen Corchos, y sirben para boyas de Redes, y las de primera calidad se descorchan a los tres años, las de segunda a los cinco y las de tercera a los siete”.

Tabagón (1752), Catastro de Ensenada

Rodríguez Santamarina, en su Diccionario de Artes de Pesca publicado en 1923, señala que el corcho seguía siendo el material favorito para las boyas, pero recalca que se usaba ... de todo: calabazas, bidones y barriles, latas, botellas e incluso ‘pieles de cabra cosidas e infladas’.

1923

El corcho también se empleaba en la fabricación de colmenas para las abejas. Al igual que en el caso de las boyas, cabía la posibilidad de usar otros materiales como la madera. Aquí tenemos la imagen de un trobo, la palabra gallega con la que se designa a las colmenas cilíndricas, elaborado con cortiza. Procede del libro Ourense Etnográfico (Diputación de Ourense 1998). Casi una reliquia porque en la actualidad pocas serán las colmenas de corcho que siguen en activo.

Colmena de corcho

Boyas, colmenas, revestimientos para las suelas de los zuecos, poquísimo comparado con el uso estrella del corcho que fue, sin duda, el de los tapones. La industria corchotaponera, que así se llama, tuvo en España su mayor desarrollo en Cataluña, no tanto porque hubiese allí muchos alcornoques como porque fueron empresas catalanas las que supieron dar respuesta a la demanda de tapones proveniente de las firmas embotelladoras de vino y champán francesas y alemanas, una demanda a la que se sumó más adelante la surgida de la propia industria vitivinícola española.

En Galicia, con pocos alcornoques y predominando la venta de vino sin embotellar, envasado en barriles para su venta y consumo a granel, la fabricación de tapones fue algo anecdótico. Tengo noticias de dos fabricantes que curiosamente iniciaron su actividad casi al mismo tiempo.

Uno de ellos fue la compañía coruñesa Palacios y Ripamontty, de la que he encontrado un anuncio publicado en 1888. La Primitiva, tal era el nombre de la fábrica, además de tapones elaboraba ‘lamparillas y chalecos salva-vidas’, lógicamente de corcho y para uso de marineros. Supongo que sería un taller artesanal por mucho que proclamase su condición de ‘fábrica montada a máquina’. Curioso que su domicilio fuese la calle Socorro ... por lo de los salvavidas.

1888

En ese mismo año de 1888 otro anuncio nos revela el nacimiento de una pequeña industria dedicada a los tapones y a los productos de corcho llamada Las Hermitas, que tuvo una vida más larga que la coruñesa. Estaba ubicada en el municipio de Silleda, en el lugar de A Bandeira. Su dueño era Miguel Nicolás Bandeira.

1888

Al seguir la pista a esta fábrica descubrí dos cosas interesantes y desconocidas para mí. La primera es que esa zona de Silleda y A Estrada reune buena parte de los más antiguos ejemplares de alcornoques que se conservan en Galicia. Aunque hay que señalar que si siguen en pie es porque sirvieron como adorno de pazos y de plazas públicas, nada que ver con los millones de alcornoques que pueblan las dehesas portuguesas o extremeñas con fines productivos.

Las ancianas sobreiras de Balboa, Valiñas o Siador fueron compañeras de otras cuyas cortezas empleaba la fábrica de Bandeira para, supongo, abastecer de tapones a los fabricantes gallegos de vinos y licores embotellados y para surtir de boyas al sector pesquero. No sé si para servir de abrigo a las abejas: puede ser, porque eran muchas las colmenas existentes en Galicia, casi 370.000 a mediados del siglo XVIII, según el Catastro de Ensenada.

Aparte de que hubiese cierta abundancia de alcornoques en su entorno, A Bandeira era escenario de una feria quincenal bastante importante, y estaba en la ruta de los arrieros que traían vino del Ribeiro hacia los mercados de Santiago, A Coruña y comarcas circundantes. Otro factor que puede explicar la ubicación del taller de Miguel Nicolás.

Mi segunda sorpresa fue que un nieto del fundador se convirtió en lugarteniente del más conocido guerrillero antifranquista de Galicia, el Foucellas. Nuestro personaje se llamaba Miguel Nicolás Esperante, su apodo era ...  ‘O Corcheiro’ y su agrupación guerrillera se llamó ... ‘Os Corcheiros’. Presento a continuación lo poco que se sabe del personaje. Traduzco del gallego.

Algunos datos biográficos de Miguel O Corcheiro. Miguel Nicolás Esperante, más conocido por el nombre heredado de su profesión de corchero: ‘Miguel dos Corcheiros’. Fue sin duda el dirigente de la guerrilla en la comarca del Deza más conocido. Uno de los dirigentes guerrilleros más destacados de la provincia de Pontevedra. Miguel nació en 1915 en Taragoña, municipio de Rianxo, hijo de Alfonso Nicolás, de Bandeira, y Dolores Esperante, de Taragoña, [quienes] vinieron a A Bandeira para hacerse cargo de la fábrica de corcho que regentaban sus antepasados en la parroquia de Chapa; por tratarse de un punto estratégico para confeccionar corcho, pues contaban en la comarca con abundantes alcornoques, materia prima para llevar adelante esta industria. Miguel trabajaba en la fábrica de corcho. En tiempos de la República era el encargado de repartir por A Bandeira el periódico Mundo Obrero (órgano del Partido Comunista). El 1º de enero de 1935 ingresa en el Partido Comunista (...). Con el estallido de la Guerra Civil, Miguel es detenido el 21 de julio de 1936 (...) Preso en el Lazareto (Isla de San Simón) junto con los demás compañeros de Silleda, más tarde es destinado al Batallón de Trabajadores de León, luego al de Ourense y por último a Miranda de Ebro (...) Ya en A Bandeira, entre los fascistas y los guardias civiles le hacían la vida imposible. (...) Son dos circunstancias bien diferenciadas las que en 1943-44 originan la creación de la agrupación de guerrilleros conocidos popularmente como Os Corcheiros. (...) A finales de 1947 se crea la V Agrupación de Guerrilleros fundada por Seoane, jefe militar de la guerrilla en Galicia, integrando a Benigno Andrade ‘Foucellas’, como jefe de la agrupación guerrillera que actúa al norte de la provincia de Pontevedra [quien] empleaba la casa de Os Corcheiros como lugar de parada. Pasaba dos noches y luego desaparecía también por la noche." Miguel ‘O Corcheiro’ murió en extrañas circunstancias en abril de 1948, cuando asaltaba la casa de un falangista de Silleda.

Información que procede del artículo de Alberte Maceira, “A guerrilla na comarca do Deza”, en el libro Homenaxe a Antón Alonso Ríos e Ramón de Valenzuela (Xunta de Galicia 2006, pp. 117-131), y de la voz Miguel Nicolás Esperante en la galipedia.

En fin, lo habitual de las pesquisas. Empezamos con el tranquilo alcornoque y acabamos en medio de los guerrilleros.

21 de junio de 2011

AgroLance. Homes na taberna

Hombres en la taberna & Tea Time for Men (Lugo 1964)

Alimentos de Galicia para emigrados en Argentina

A los emigrantes que desde Galicia marcharon a Argentina les sucedió lo que a tantos otros: echaban de menos los sabores de la tierra natal. Pescados y mariscos, vinos y licores, embutidos y salazones, jamones, incluso el unto que da el aroma especial al caldo. Y las patatas, las habas, las castañas.

Alimentos que en las primeras décadas del siglo XX, cuando Buenos Aires se convirtió en la ciudad con mayor número de gallegos, no eran fáciles de conseguir allá. También un pequeño lujo con presuntas propiedades curativas: las aguas minerales.

No creo que los emigrantes gallegos en Argentina echasen de menos el pan de maíz, habiéndolo de buen trigo y con tanto gallego como se introdujo en el negocio panadero; seguro que comieron sabrosa carne de res y conocieron el churrasco, omnipresente desde hace décadas en nuestros restaurantes populares; también pizza, claro; y pasta, cuando en Galicia solo se consumían fideos de sopa.

A medida que descendió el coste del transporte por barco entre los puertos gallegos y Buenos Aires y que cada vez más gallegos se establecieron allí, fue creciendo el tráfico de ‘productos del país’ hacia el otro lado del Atlántico. Estamos a finales del siglo XIX y principios del XX, la edad dorada de los vapores transatlánticos y de derechos aduaneros moderados que favorecieron el comercio internacional.

Vamos a comprobar qué tipo de productos se llevaban allá por medio de los anuncios que publicaban algunas casas importadoras de Buenos Aires, todas, creo, propiedad de gallegos.

El primer anuncio, por orden cronológico, es de 1903, de la casa de Eugenio Sayanes, natural de Nigrán. Como puede verse, ofrece conservas de la fábrica viguesa de Curbera además de aguardientes y vinos de Val Miñor, su comarca natal. También aceite que, lógicamente, procedía de otras regiones españolas, pues en Galicia no se produce.

1903

El siguiente anuncio es de Ramón Heredia Pazos, un natural de Maside que estableció compañía comercial en Vigo en 1904 asociado a Marcelino Suárez, de Valdeorras. La firma Ramón Heredia y Cía se orientó al comercio con América de vinos y conservas, y ya en 1905 arrendó la Vinícola Gallega. Al año siguiente, 1906, Marcelino Suárez emprendió otros rumbos y entraron nuevos socios, los hermanos Manuel y Bautista López Valeiras, naturales de Dacón (Maside), y la compañía no tardó en establecer fábrica propia de conservas de pescado, justo en 1907.


Como se aprecia en el anuncio, Ramón Heredia creó casa comercial propia en Buenos Aires, con un catálogo de ‘productos del país’ más amplio que el visto anteriormente. Aparte de conservas y vinos, en este caso del Ribeiro y acompañados de los procedentes de otras zonas de España, se incluyen dos productos característicos del comercio de los masidaos: jamones y pulpo curado. Y además... huevos. Me pregunto si no los había en cantidad suficiente en Buenos Aires, o los huevos gallegos tenían algo especial.

1912

La Gran Guerra europea (1914-18) hizo más difícil la exportación porque dificultó el tráfico marítimo entre Europa y América, por mucho que España hubiese permanecido neutral. Muchos buques mercantes fueron hundidos o dedicados al transporte de soldados, víveres y armamento. Los fletes marítimos se dispararon por el encarecimiento del carbón, por la escasez de barcos y por el riesgo que corrían los que se atrevían a navegar entre submarinos y acorazados. 

Así que pasamos a los años 1920. Nuestro anuncio es del almacén El Chiche, de Alonso y Bujía, y se repite lo mismo: jamones, chorizos, morcillas, tocinos, vinos, y... unto legítimo.

1919

Toca ahora un anuncio con mucho detalle, de 1923, y corresponde al almacén La Victoria de la Compañía Hispano Argentina de Alimentación.

1923

Conservas, vinos, jamones, lacones, unto, pulpo, castañas, nueces y aguas. Un resumen casi perfecto de los productos gallegos que demandaban los emigrados a Argentina. Pero la cosa va a más porque anuncian que en breve recibirán otras variedades de alimentos. En la lista están las lampreas secas, nada que objetar. Ahora bien... ¿cómo se come lo de que en breve recibirán caldo gallego y grelos frescos de Santiago?. ¿Y que en la lista aparezcan pescados y mariscos?.

El punto final de este recorrido por los comerciantes gallego-argentinos que atienden a los gustos del cliente emigrado acaba precisamente en el pescado y el marisco. Pero ya no en salazón o en conserva, sino... ¿fresco?. Veamos otros dos anuncios que demuestran que en los años 1920 en Argentina se recibían desde sardinas y berberechos hasta centollas, nécoras o chocos.

1928


1923

¿Nécoras de la ría en barco hasta Argentina?. ¿Será posible?. Hagamos un balance. Todos los productos exportados que nos han salido hasta aquí –salvo pescado y marisco- compartían la característica de no ser perecederos, de soportar bien los períodos de almacenamiento y transporte. Incluso los huevos, aunque no tanto como los demás.

Pero ahora, en los años 1920, el trayecto hasta el río de La Plata tomaba poco tiempo y los buques iban equipados con cámaras frigoríficas. También en los puertos de origen, A Coruña y Vigo, existían fábricas de hielo y frigoríficos, al igual que en Buenos Aires, y así podía mantenerse la cadena de frío. Todo ello puede explicar que pescados y mariscos llegasen en condiciones aceptables.

De todos modos, es indudable que los alimentos más exportados con destino a los gallegos de Argentina fueron las conservas de pescado y las bebidas alcohólicas. La pesca estaba allá a años luz del desarrollo alcanzado por la ganadería vacuna y era escasa la producción del aceite de oliva tan esencial para elaborar sabrosas conservas de pescado.

Por el contrario, la oferta de carnes –en fresco, refrigeradas, congeladas, en conserva- era muy amplia. Por eso no es extraño que el consumo de las sardinas en aceite tan valoradas por los gallegos, o de anchoas y atún, tan estimadas por los italianos, se tuviese que satisfacer con importaciones procedentes de Europa.

Algo semejante había sucedido con vinos y licores, pero de éstos Argentina consiguió aumentar su producción propia, eso sí, en zonas alejadas de la gran concentración urbana de la capital, como la provincia de Mendoza, mil kilómetros al oeste, a las faldas de la cordillera andina. No tardaron los bodegueros mendocinos en darse cuenta de que para conquistar al bebedor gallego era importante elaborar vinos ‘a la gallega’. Pues aquí tenemos un caso. Un anuncio de las Bodegas Giol y su Vino Toro, “que se asemeja por su bouquet y cuerpo a los afamados vinos del Rivero”.

1922

Fundada por italianos, Giol se convirtió en la bodega más importante de Argentina y, como no podía ser menos, allí encontramos a un coruñés como gerente y apoderado general: Tomás Rodríguez Sabio, quien con posterioridad será presidente de la histórica fábrica textil La Primera Coruñesa. La noticia tiene una errata, pues la fábrica era de hilados y tejidos, no de telares.

1937



Ya para concluir, la historia de otros dos coruñeses -Seijo y Valdés- que también pusieron su granito de arena a que los emigrados disfrutasen del bouquet y del cuerpo de los vinos de la tierra sirviéndose para ello... de la tecnología alemana. El anuncio que sigue lo encontré en la misma página que otro del citado Vino Toro, en El Correo de Galicia de Buenos Aires.

1922


La firma coruñesa Seijo & Valdés afirmaba que “Con 4 pesos [argentinos] puede hacer 100 litros de vino español. No se necesitan aparatos y se pueden fabricar las clases siguientes: Rioja, Clarete, Castilla, Gallego, etc.” Magia pura. Esto suena rarillo. Los enólogos matándose vivos para elaborar caldos sublimes y la cosa ya estaba resuelta en los años 1920. Dos meses después de la publicación del anuncio, El Ideal Gallego de A Coruña recogía la siguiente información:

Una Agencia de industrias clandestinas. En virtud de denuncia presentada por el fiscal de la Audiencia al Juzgado de Instrucción [el secretario y el oficial del mismo junto con cuatro policías] se personaron en el piso 3º de la casa nº 13 de la calle de San Andrés, donde se halla instalada una agencia que funciona bajo la razón social ‘Seijo y Valdés’, y procedieron al registro de la misma, encontrando unas fórmulas explicando cómo se pueden fabricar 1.000 litros de vinos artificiales; se hallaron diferentes cartas del extranjero y de la península pidiendo las expresadas fórmulas, se incautaron también de prospectos de propaganda y varios periódicos extranjeros y nacionales con los anuncios de la agencia ofreciendo las fórmulas para la elaboración de vinos por cuatro pesos; se encontraron igualmente otros documentos y un barril con polvos blancos que el socio señor Valdés afirmó era crémor. (...) se encontraron más periódicos extranjeros anunciando 20.000 fórmulas alemanas para dedicarse con éxito a la fabricación de infinidad de productos y construcciones de diversos objetos, asegurando que con cualquiera de esas fórmulas se podían ganar 25 pesetas diarias en el propio domicilio del interesado; se encontraron también varias cartas pidiendo a la casa anunciadora fórmulas para fabricar artificialmente vinos, licores, aguardientes, mantequilla, vajilla, dientes de oro, electricidad, jabones, perfumería, etc., etc.; hasta pidiendo fórmulas para producir sueño.

Valdés y su socio, dos ‘soñadores’, acabaron en la cárcel, aunque no sé si llegaron a ser condenados. Lo curioso es que en el anuncio daban nombre a su ‘poción mágica’, la enocianina, y ésta no es otra cosa que un pigmento extraído de la piel de las uvas rojas. Uno más de entre los muchos milagros que se registran en la historia de la fabricación de vinos, en este caso, el malogrado milagro del tintorro.

16 de junio de 2011

AgroLance. Moda atlántica (1)

1970



1970

Hórreos y bateas, distintivos del paisaje gallego

Los hórreos en el campo y las bateas en las Rías. No creo que haya dos artefactos construidos por los gallegos que llamen más la atención de los visitantes, porque a los que somos del país nos parecen ingredientes casi naturales del paisaje. Son muchos los hórreos para guardar el maíz y muchas las bateas para cultivar mejillones que hay en Galicia. Sobre 30.000 hórreos, según parece, y en torno a 3.400 bateas. Pero entre unos y otras hay una distancia de 300 años.

Hórreo campesino (foto de 1970), humilde pero ... elevado

El hórreo nació para curar y proteger el maíz, y el maíz empezó a cultivarse en Galicia a principios del siglo XVII, hace casi 400 años. ¿Cómo lo sabemos?. Pues, lógicamente, gracias a documentos escritos que se conservan de aquella época. No estadísticas detalladas, por supuesto, pero sí inventarios de bienes o contabilidades de instituciones eclesiásticas y casas nobles.

Cuando fallecía alguien de cierto estatus se realizaba un inventario de sus bienes para adjudicar la herencia, y en él se detallaban las fincas, los muebles, los aperos de labranza, los animales y también el stock de cereales existente en arcas y paneras del difunto. Y se especificaba tanto de trigo, tanto de centeno y tanto de maíz.

Los monasterios cobraban rentas de la tierra y diezmos a los campesinos, y llevaban sus cuentas, otra fuente que nos permite saber cuando empezaron a percibir maíz. En otros tiempos investigué sobre estos temas, y guardo notas de la contabilidad del monasterio de Oia, cerca de la desembocadura del río Miño, uno de los pocos situado a la orilla del mar.

Monasterio de Oia (Pontevedra)
Entre otros ingresos, el monasterio cobraba el diezmo completo –el 10 % de las cosechas- de la parroquia en la que se emplazaba, San Mamede de Pedornes, y rentas en especie por el cultivo de sus tierras, que en este caso eran también proporcionales a la cosecha, cuartos y quintos.

Es decir, los labradores tenían que pagarle cada año entre un 30 y un 35 % de su producto. El 10 % del diezmo más el 20 % o el 25 % de la producción en concepto de renta, según fuese el cuarto o el quinto.

En su Libro de Panera (Archivo Histórico Nacional, Clero, libro 10.231), los monjes de Oia registraban que a partir de 1626 y durante 18 años habían acordado con los vecinos que éstos entregasen una cantidad fija anual de cereales en lugar de diezmos, cuartos y quintos. Pudo haber sido para ahorrarse el trabajo de verificar contribuyente a contribuyente y año tras año las respectivas producciones para cobrar su cuota, o bien para estimular el cultivo de las tierras.

El caso es que finalizado el plazo, en la cosecha de 1644 el monasterio volvió al cobro proporcional, con gran disgusto para los campesinos. Y los monjes de Oia comprobaron dos cosas, reflejadas en el cuadro adjunto.


San Mamede de Pedornes. Rentas proporcionales y diezmos pagados al monasterio de Oia en 1626, 1644 y 1752 (en ferrados)


Cantidad
fija pactada
Cobrado en
proporción a
cosechas
Cálculo peritos
Catastro
Cereal
1626
1644
1752
TRIGO
360
480
240
CENTENO
1.440
1.620
730
CEBADA
180
318
240
MIJO MENUDO
780
--
--
MAÍZ
--
1.680
2.550
Total
2.760
4.098
3.760

-- Datos de 1626 y 1644 en el Archivo Histórico Nacional (Clero libro 10.231). La contabilidad del monasterio usa como medida el ‘bucio’ de 6 ferrados. 
-- Datos de 1752, estimación de los peritos del Catastro de Ensenada.



La primera cosa que comprobaron fue que cobrando en proporción a la cosecha habían ingresado 1.300 y pico más ferrados que con el convenio anterior, pasando de 2.760 a 4.098. Es decir, habían pasado de cobrar aproximadamente 43.800 litros de cereales (casi 33 toneladas) a cobrar 73.900 litros, que pesarían en torno a 54 toneladas (25 de maíz y 29 de los demás cereales). Un cálculo para el que he supuesto que el ferrado raso de la zona contenía 16 litros, y el ferrado colmado para medir maíz 21 litros; y que el litro de cereal pesa 0,75 kilos, salvo en el caso del maíz, que pesa menos (0,71). En resumidas cuentas, el monasterio pasó a cobrar un 63 % más que antes, y... con el maíz americano en cabeza.

Esta segunda constatación es la que nos interesa: los labradores habían casi abandonado el cultivo del ‘mijo menudo’ en favor del maíz. Ambos eran cereales de primavera, es decir, que se plantaban en primavera en las fincas que habían sido sembradas el año anterior con cereales que se plantan en invierno, como el trigo o el centeno. Pero el maíz americano ofrecía rendimientos muy superiores al mijo, y los labradores de Pedornes no dudaron en introducir la nueva planta.

Un cambio atestiguado por los monjes de Oia en sus cuentas del Libro de Panera, año 1644.

 “Maíz. Pedornes. Los feligreses de esta feligresía (...) deben el diezmo enteramente. Y deben por raçon de sus fueros los quintos y quartos y otras raciones. Como se advirtió (...) el anno de 1626 se les arrendó a pan sabido todo por 18 años que cumplieron con los frutos del año de 1643, y pagaban por renta y diezmo 130 bucios de millo menudo. En este tiempo de arriendo se introduxo el sembrar millo maiz, y este año se cogieron el diezmo y raciones y por ellas 280 bucios de que me hago cargo. Advirtiendo, para los venideros [años], que por mas diligencias que se hicieron para cobrarlo ocultaron mucha cantidad y haciendo cala y cata se allaron cassas que no avían pagado la mitad de lo que debían. Ellos tratan de reducirlo como estaba a Renta sabida, pero en casso de que se aya de arrendar no conviene que se le arrienden los diezmos.”

Una prueba de que en torno a la década de 1630 empezó a cultivarse el maíz americano en esta zona del suroeste de Galicia, y de que en pocos años se convirtió en el cereal de mayor producción. Las cifras de 1752 del cuadro de arriba confirman que un siglo después el maíz seguía siendo el preferido, con gran diferencia.

Y, por cierto, se aprecia en el texto que los monjes usaron el mismo nombre para ambos cereales aunque con apellido diferente, 'millo menudo' y 'millo maíz'. La razón nos la explica claramente el Padre Sarmiento en su Colección de voces y frases de la lengua gallega escrita a mediados del siglo XVIII: "O millo meùdo. Millo del puro latín millium. Meùdo para distinguirle del millo gordo, que es el maíz americano, que por tal no puede tener voz latina".

¿Y por qué la difusión del maíz llevó a construir hórreos?. O dicho de otro modo, ¿por qué no se guardó el maíz en los graneros tradicionales usados para conservar el centeno, el trigo o el mijo?. En arcas, en huchas, en tullas o en cualquier otro tipo de granero. Pues porque estos graneros tradicionales no eran apropiados para conseguir que el maíz secase y estuviese a la vez protegido de enemigos escurridizos, de ratones e insectos. Fue algo que no tardaron en aprender tanto los labradores como los nobles y eclesiásticos que recibían rentas y diezmos en maíz.

El Diccionario Enciclopédico Gallego-Castellano de Eladio Rodríguez (1960) definía ‘tulla’ como “Especie de arca grande de madera, fija, con una pared movible, que sirve para recoger los granos de trigo o centeno, pues el maíz se guarda en el hórreo.” Pensemos en el asunto. El maíz se guarda en espiga, no en grano, y eso quiere decir que almacenar el maíz requiere mucho más espacio que el centeno o el trigo, que se majan para separar el grano de la paja y ya solo tenemos que almacenar el grano.

A medida que los labradores fueron consiguiendo mayores cosechas de maíz, vino la necesidad de disponer de un granero específico para el cereal americano, y surgieron los hórreos. Espaciosos, aireados y con obstáculos para impedir las incursiones de ratones y demás bichos –los llamados tornarratos-.

De piedra, de madera, de piedra y madera, todos tenían el mismo fin: curar y proteger el maíz. Pequeños y grandes. Y ahí siguen estando muchos de ellos, dando ese aire especial a las aldeas y pueblos de Galicia.

Hórreo de Carnota (foto de 1970), entre los más grandes ... o el que más.


No es casualidad que los hórreos de mayor tamaño estén en las Rías Bajas, con buen clima para el cultivo del maíz y densamente pobladas, y que hubiesen pertenecido a curas y monasterios, y no a labradores. Los hórreos de Carnota, Lira y O Araño fueron erigidos por sus respectivos párrocos, y el de Poio por el monasterio allí emplazado. Son los hórreos más grandes de Galicia. Un labrador medio no necesitaba tanto espacio para su cosecha de maíz, pero sí los grandes perceptores de rentas y diezmos.

En las zonas vitícolas lo grande eran las bodegas, lógicamente. En las comarcas de la Galicia interior, más ganaderas, más de centeno, el maíz no se daba bien, la cosecha del cereal americano era pequeña, y muchos preferían secarlo como se ve en la foto, en ristras trenzadas. Para qué gastar en un hórreo. Con el inconveniente, eso sí, de tener que retirar las espigas a cubierto en los días de lluvia.

La alternativa al hórreo para curar el maíz (Monforte de Lemos 1930)


Las bateas son artefactos mucho más recientes. La palabra batea era sinónimo de artesa para amasar pan, o se definía como ‘recipiente de forma normalmente cúbica que se usa para el lavado de minerales’ (Real Academia), o como embarcación de fondo plano, en los diccionarios tanto de gallego como de castellano. Hoy asociamos batea a vivero flotante para el cultivo de mejillones, cuadrado o rectangular. Es, en resumen, una plataforma flotante de la que cuelgan cuerdas en las que crece el mejillón.


Típica batea para el cultivo de mejillones, en Durán, C. (1990), El mejillón. Biología, cultivo y comercialización.

Los viveros flotantes de mejillones nacieron en la España mediterránea a principios del siglo XX, y el puerto de Barcelona fue uno de los importantes en la actividad del engorde de nuestro molusco. Se anclaba un barco viejo o una plataforma de madera de la que colgaban cuerdas, y los mejillones que se adherían a ellas medraban alimentándose de los nutrientes que pululan por el mar. Así de simple: los mejillones son muy amigos de pegarse a cualquier cosa, y abren sus conchas para absorber lo que traen las corrientes marinas. Lo mismo hacen las almejas, las navajas, los berberechos o la ostras, pero carecen del biso de los mejillones y se ven obligados a vivir en la arena.

Este sistema de cultivar mejillones acabaría alcanzando gran difusión en Galicia a partir de los años 1950, y tuvo su inicio en 1946 cuando los hermanos Ozores Saavedra, vecinos importantes de Vilagarcía y dueños del Pazo do Rial, se animaron a fondear las primeras bateas. En 1944 habían constituido la empresa Viveros del Rial SL, cuya principal finalidad era cultivar ostras en una pequeña ensenada próxima a Vilagarcía.


Ensenada do Rial (Vilagarcía), lugar de nacimiento del cultivo del mejillón.

En la imagen todavía pueden apreciarse las parcelas de la ensenada que en su momento se destinaron a parque de ostras y almejas. Abajo a la derecha el pazo de los Ozores, hoy hotel.

A nuestros pioneros no les fue bien en el negocio de las ostras y probaron con el mejillón empleando la técnica de cultivo típica de las costas atlánticas francesas que se basa en clavar estacas (bouchots, en francés) para acoger en ellas al molusco. En la foto puede verse cómo se sigue todavía engordando mejillones por medio de estacas en Saint Brieuc, al norte de Bretaña.

Estacas para el cultivo del mejillón, Bretaña (Francia)

Pero lo de las estacas tenía sus inconvenientes, no era una sistema de cultivo que se adaptase bien a las rías gallegas. Los viveros flotantes dieron mejor resultado. En un principio se usaron barcos viejos como soporte de las cuerdas, algo que se aprecia muy bien en la foto de abajo: barcos con cuatro mástiles a los que se les puso un tejado y troncos a babor y estribor para colgar las cuerdas.

Bateas construidas a partir de viejos barcos (Sada), en Durán, C. (1990), El mejillón. Biología, cultivo y comercialización.

Y luego ya se construyeron plataformas de madera con flotadores. La foto siguiente es de en torno a 1960, y muestra las típicas bateas pioneras, de la etapa inicial del sector mejillonero. Al fondo de la imagen, Vigo.



Y esta otra foto tiene un aire sorprendente: bateas de mejillón en el puerto de A Coruña. No se ven muy bien, pero están al fondo, enfrente del castillo de San Antón y protegidas por el dique de abrigo Barrié de la Maza.

Bateas de mejillón en el puerto de A Coruña, principios de los años 1960

Que el gran crecimiento del cultivo de mejillón ha dejado su sello en el paisaje de las Rías Bajas... a la vista está. Dos imágenes aéreas de la gran cantidad de bateas hoy existentes, la primera de Cangas y la segunda de la ría de Arousa.

Bateas de mejillón en Cangas do Morrazo (Ría de Vigo)


Bateas de mejillón en la Ría de Arousa


Pero antes de que las rías fuesen ocupadas de modo permanente por las bateas, lo habitual eran escenas de mar como la de la siguiente foto. Bueu, en la ría de Pontevedra, 1928. Ni rastro de viveros flotantes.

Sendón, M. (2000), Arquivo José Mª Massó, Centro de Estudos Fotográficos


Hoy los hórreos se usan muy poco para el fin con que nacieron, y los nuevos se construyen por motivos decorativos. Hace 100 años Galicia contaba con 2 millones de habitantes, y en torno a 300.000 hogares campesinos. La producción de maíz superaba las 300.000 toneladas, y los hórreos eran necesarios. Desde hace décadas el número de campesinos ha caído en picado aunque, eso sí, se produce mucho más maíz que antes: 132.000 toneladas de maíz grano y nada menos que 2.500.000 de maíz forrajero, datos oficiales de 2009. Pero en su mayor parte va a parar enterito -tallo, hojas y espigas- y bien picado a silos para alimento del ganado. Tras una larga vida, el hórreo se ha jubilado.

Lo de las bateas es otro cantar. Su número total ha permanecido casi constante en los últimos treinta años, entre 3.000 y 3.400, porque ya no queda espacio en las rías y no se autorizan nuevas instalaciones. Siguen a pleno rendimiento, con una producción de en torno a 250.000 toneladas anuales de mejillón, 75 toneladas por batea, más o menos. A diferencia de los hórreos, las bateas siguen prestando sus servicios y se siguen fabricando para reemplazar a las viejas o deterioradas.

Aprovecho para recomendar al que quiera saber más acerca de la historia del sector mejillonero en Galicia, un buen trabajo, y digo bueno porque lo escribí yo mismo, presentado al VIII Congreso de la Asociación Española de Historia Económica, celebrado en Santiago en 2005.

13 de junio de 2011

Crónica del estraperlo en la feria de O Carballiño

No conozco un libro que refleje mejor el ambiente del estraperlo en las ferias gallegas de los años 1940 y 1950 que el publicado por Fariña Jamardo en 1981 titulado A Feira do Carballiño.

Portada libro
Ambientado en 1949, entre muchas otras historias nos muestra la trayectoria y la forma de actuar de un pequeño estraperlista, es decir, de una persona que lleva a la feria productos sometidos a racionamiento –como el arroz, el aceite o el azúcar- conseguidos al margen de la ley y que vende al mejor postor, sin respetar los precios fijados por el gobierno.

Aparte de estar atento a la marcha de los precios, de la oferta y de la demanda, para conseguir el mayor beneficio posible, nuestro protagonista tiene que prestar atención a la llegada de los encargados de perseguir el mercado negro: la Guardia Civil, los empleados de la Fiscalía de Tasas y ... los soplones. Un testimonio de aquella época tan difícil. Traduzco del gallego.

A Feira do Carballiño, páginas 24-27:

“Vuelven a decir de nuevo, unos y otros, que va a rematar el racionamiento. Lo han dicho tantísimas veces que yo pienso que ésta será una más. Otra trola. Puede que piensen que sólo por el hecho de decirlo, los que tenemos algunas mercancías de las que se encuentran racionadas, con el miedo a que bajen los precios, nos desprenderemos de ellas. Pero lo cierto es que estas mercancías suben cada vez más. Si sucediese lo que andan diciendo, a mí y a otros nos hacían la judiada madre. No puede ser.

Uno dejó de hacer zuecos para hacer estraperlos, y no me gustaría ni poco ni mucho tener que volver a hacer zuecos, una tarea que supone mucho más trabajo, y muchos menos cuartos. Siempre se choca uno con gente que tiene envidia y echa la lengua a paseo. Y la mayor parte de esta gente si fuesen personas deberían mostrarnos cierto agradecimiento, ya que les servimos lo que precisan y nos demandan. ¿Qué mal hacemos?. Ninguno. Traficamos en unos artículos que los de la Comisaría [de Abastecimientos y Transportes] no pueden abastecer a los hombres de este país. Nosotros conseguimos que no todos ellos tengan que pasar sin esos artículos racionados y que son de primera necesidad: aceite, azúcar, arroz, pan blanco, jabón ... Los que tienen dinero para comprarlos a los precios que nosotros les ponemos, pueden disfrutar de estas mercancías racionadas. Nosotros vamos a por ellas a donde sea: a Portugal, al horno del señor Xoaquín, a la tienda de Lourenzo, a la casa del empleado de Abastos, o a la residencia particular del secretario del Gobernador. Y lo hacemos con riesgo. Con verdadero riesgo.

En materia de riesgo tengo mi experiencia, pues estuve en la guerra desde el comienzo hasta que acabó. Y fui cabo de la Legión extranjera. De la Legión, es decir, del Tercio. Y no hay quien me tosa. Me hirieron en el Ebro. Un tiro de suerte. Y nadie puede decir que no luché por el régimen, o que no soy adicto al Gobierno. Incluso tengo la medalla de sufrimientos por la patria.

(...) Y me licenciaron. Y tuve que volver a hacer zuecos. Pero los zuecos dieron poco de sí. Fue entonces cuando me puse en relaciones con la Sara, y ella, ya en el tiempo de la guerra había traficado con el hilo y el jabón portugués. Y más adelante se metió en el chollo del café. (...) Entonces la Sara y yo nos pusimos de acuerdo en dejar el contrabando en la frontera y dedicarnos a hacer estraperlo de poca altura, o sea, a ras de suelo: aceite, azúcar, chocolate, harina, y otras cosas intervenidas por el Gobierno. Y rápidamente encontré fuentes de suministro. Pequeñas fuentes, cierto, pues uno sigue siendo un estraperlista de los pequeños, a pesar de mis muchos servicios al régimen. Estraperlistas de los de cinco mil pesetas de mercancías y multas de mil, que no se hacen efectivas por no tener ningún tipo de bienes.

(...) Los [Guardias] civiles huelen el estraperlo desde lejos como si fuesen lebreles. Y también los de la Fiscalía. Aunque estos son más estraperlistas que nosotros. Pensando en esto me dijo ayer la Sara: ahora que tenemos unos kilos de arroz y de azúcar y unos litros de aceite, puedes ir con ellos al Carballiño, que allí los de la Fiscalía no actúan. Los de O Carballiño, que son gente de trato, saben muy bien lo que hacen y en su feria no dejan entrar a los de la Fiscalía. Por eso la feria de O Carballiño medra, y se llena de feriantes y de gente, y en ella hay de todo. Hasta dólares y medicinas que no se encuentran en ninguna parte. Hoy por hoy la feria de O Carballiño es una de las mejores de Galicia. Y va habiendo suerte.

Benitiño sabe esconder muy bien los bultos en el ómnibus. Ya nos dieron el alto los civiles dos veces y no los encontraron. Aunque el Benitiño cobre bien sus servicios es una garantía viajar con él. Aunque cuando los civiles encuentran los bultos, él se eche rápido atrás diciendo que no sabe nada. Le dice a los guardias que sólo se dedica a hacer el servicio de ferias con su ómnibus debidamente autorizado; pero que no tiene autoridad ni fuerza para decirle a sus clientes que le abran los bultos que meten en el ómnibus para llevar a la feria.

Un ómnibus parecido al de Benitiño

(...) Benitiño se lava las manos asegurando que cada uno es responsable de lo suyo. Y los civiles, entonces, se incautan de las mercancías que encuentran, y denuncian a sus dueños. Sin embargo, hay que tener en cuenta que en el ómnibus de Benitiño no se encuentran fácilmente aquellas cosas que no conviene que sean encontradas. Y si aquella vez encontraron el café es porque olía demasiado. Y se pensó que aquel café pudiese ser de Benitiño; pero él para librar al ómnibus del decomiso les dijo a los civiles que aquel café era mío. Y tuve que pasar en la cárcel quince días. Y el Benitiño no sólo vino a visitarme, sino que supo agradecer el sacrificio. E incluso llegó a darme cinco billetes verdes para que callase.”

A Feira do Carballiño, páginas 58-61:

“La feria del grano, del arroz, del aceite, del café, del azúcar y de los demás artículos intervenidos, se hace hoy fuera de la villa, en unos terrenos bajos existentes al lado de la carretera de Ribadavia a Cea, después de pasar el Asilo, y antes de llegar a Framia. Dicha feria tiene un carácter oficial y aunque, en cierto modo, sea reconocida y protegida por los carballineses, para la ley y para los de la Fiscalía es clandestina.

No es de extrañar, por eso, que los que compran o venden en ella estén siempre pendientes de la posible llegada de los civiles o de los agentes de la Fiscalía de Tasas, teniendo sus vigías para atisbar la proximidad de unos y otros. Cuando les llegaban noticias de que se encaminaban a la feria del grano y del aceite y los divisaban, los vigías gritaban ¡qué vienen! ¡qué vienen!, y la feria se deshacía en un abrir y cerrar de ojos, pues los del trato huían corriendo con las mercancías por el camino de hierro en construcción hacia el Cuco, o buscaban cobijo en las huertas y los pinares de Framia y Arcos.

Las transacciones se hacían aquí con mucha mayor rapidez que en la feria de ganado, y los compradores en el momento mismo de comprar, sentían la inquietud de ser dueños de una mercancía o de un artículo intervenido, y huían a toda velocidad con él de la feria. Los sacos de maíz, centeno o habas pasaban de los carros en los que los labradores los habían traído a la feria, a los camiones con gasógeno de los compradores. La venta de aceite, azúcar y café semejaba envuelta en mucho secreto y en ella sólo se hablaba de litros, latas, kilos, precios y, a diferencia del maíz o las habas que tenían precio fijo, los precios del arroz, azúcar, café o aceite cambiaban con frecuencia de acuerdo a la demanda antes de que se deshiciese la feria, y siempre eran objeto de regateo entre los que vendían y compraban.

-- ¿Tiene aceite?.
-- Tengo. Y también arroz y azúcar.
-- ¿El aceite es bueno?.
-- El aceite es del mejor, mi señora. Bueno como ninguno. Se lo vendo a granel o en latas.
-- ¿Cuánto vale?.
-- 58 pesetas el litro.
-- ¿58? ... Usted no gobierna bien su cabeza. A 25 lo compré en la última feria.
-- A 25 pudo ser el cuartillo.
-- No, fue el litro.
-- Entonces no era aceite de oliva.
-- ¡Claro que era de oliva!, ¡y del mejor!.
-- ¡No me diga! ... Pues siendo de esta manera no le vendo a usted cosa alguna. Yo compro todo el aceite que me traiga a ese precio y además le regalo dos duros en litro.
-- Usted no se pierde. Usted es muy espabilado. Quiere que yo le traiga aceite a 35 pesetas para seguidamente cargármelo a mí o a otro cliente a 58.
-- Por el precio que usted me dijo de 25 pesetas no sólo le regalo dos duros en litro, sino cuatro.
-- Pero yo no vendo aceite, mi rey, yo lo compro. Y son cinco litros los que preciso para la comida que mi marido quiere darle a sus compadres por San Ildefonso, que es su santo.
-- Pues también es casualidad. De cinco litros y sin abrir tengo una lata de la Giralda; es decir, del mejor aceite que se encuentra hoy en el país. Aquí la tiene. ¡Véala!.
-- Ya veo que la lata no fue abierta y que parece ser efectivamente de la Giralda, por fuera. Lo que no puedo ver es lo que tiene dentro. Si tiene aceite o cualquier otra cosa. A lo mejor tiene aceite por arriba y agua por debajo. Con eso de que el aceite sube y flota sobre el agua, el engaño es fácil de hacer y no sería el primero que se aprovechase de esto.
-- Por ese escrúpulo no deje la mercancía. Si hacemos trato, la abrimos y la vaciamos aquí mismo. Yo no acostumbro a hacer estraperlo, señora.
-- Entonces como le llama a lo que está haciendo en esta feria. O piensa que vender aceite a 58 pesetas el litro es hacer una obra de caridad.
-- Una obra de caridad sí que es, aunque no lo parezca. Depende de como se mire. Usted no puede festejar el santo de su marido y quedar bien con sus invitados si yo u otra persona de las que nos dedicamos a este pequeño y peligroso oficio no le vendemos el aceite que necesita y que no le dan con la cartilla de racionamiento. Y para que usted pueda tener el aceite yo y mis compañeros tenemos que arriesgarnos delante de la Fiscalía, de los civiles, de los carabineros, y de los del 40 por ciento, exponiéndonos al decomiso de la mercancía, a las multas y a la cárcel. Y al final para no ganar gran cosa. Para ganar una minucia.
-- ¿Y cómo siendo un negocio tan peligroso se dedica usted a él?.
-- Los tiempos son miserables, mi señora. Usted bien lo sabe. La mujer y los hijos quieren un pedazo de pan y una taza de caldo y hay que dársela. Por eso estoy aquí. Piense que nosotros somos el último peldaño de una larga escalera; los que más nos arriesgamos y los que menos ganamos. En este, como en otros muchos negocios, los que llevan la mejor tajada son los que no arriesgan nada.
-- A usted le fallará la razón, pero palabras no le faltan. Le llevo una lata a 35 pesetas el litro.
-- Por debajo de las 50 nada tenemos que hablar. A 50, y no le rebajo ni un céntimo. Pero además del aceite, y como va a estar de fiesta, creo que debería llevar arroz, para hacer una paella o arroz con leche. ¡Mire que arroz tengo, señora!. No lo encontrará mejor en O Carballiño ni en Ourense. Y se lo vendo muy barato. A 20 pesetas el kilo.
-- Si me lo pone a 16, le llevo dos kilos.
-- Déjese de regatear. No me haga perder tiempo. Tengo clientes esperando. Compre si le conviene, y sino váyase ... Lleve el arroz a 18 pesetas. Y no me haga jurar, que no gano un céntimo.
-- Déjeme palparlo. Aunque no parece muy bueno, le doy 17 pesetas.
-- 18. En la feria lo están vendiendo a 20. Usted bien lo sabe.
-- A 17 lo ofreció aquel señor.
-- No haga comparaciones. El de aquel señor no tiene la calidad del mío. Este es valenciano legítimo. No es de ese andaluz que sacaron ahora de no sé dónde, que parece cascajo y no vale ni para papas.
-- No le digo que no. Pero, volviendo al aceite ¿cuál es su último precio?.
-- 45. Y ya no pierdo más tiempo con usted. Si lo quiere llévelo, y si no déjelo. Buenos días, amigo, ¿qué le interesa? ¿aceite? ¿arroz?.
-- Las dos cosas.
-- Pues de las dos tengo y de la mejor calidad.
-- ¿Y a cuánto las pone?.
-- Haga el favor. A ver si rematamos el trato, que tengo prisa. Baje cinco pesetas en el litro de aceite y le llevo la lata de los cinco litros y además dos kilos de arroz.
-- El que tiene prisa soy yo, señora. Y no le bajo ni un real. Déjeme ya tranquilo. No me haga perder la paciencia, que voy a estallar.
-- No explote que no es para tanto. Le daré lo que me pide. ¡Qué mal genio tiene este hombre!.”

A Feira do Carballiño, página 87:

“Aunque sea poco a poco el estraperlo va saliendo. Como somos muchos, los nuevos se ponen nerviosos en vez de aguardar, cogen miedo y tiran los precios. Les hacen caso a los avispados, a los soplones, a los espabilados, a los malos bichos que traen las malas noticias: que si los de la Fiscalía andan recorriendo la feria; que si el cabo primero de la guardia civil viene para acá; que si incriminaron al alcalde ante el Gobernador por hacer la vista gorda ... Y aquel hijo de mala madre que presumía de ser mutilado de guerra, queriendo llevar el aceite y el arroz a precio de tasa. ¡Mala centella lo hunda!. Y nos vimos obligados entre todos a mostrarle el camino a bofetadas. ¡Y no tenía humos el entrometido del mutilado!. Se hartó de decir que iba a dar parte a la guardia civil y al alcalde. Pero no faltó quien le avisase, poniéndole el filo de la navaja en el pescuezo, que si se atrevía a hacerlo podía darse por muerto. Y debió coger miedo ... Y como el miedo guarda la viña, algunos compañeros, y antes que nadie las mujeres, quisieron echar la mercancía fuera, fuese como fuese. Y se la vendieron al primero que abrió la boca. Yo no. Yo aguanté y seguiré aguantando.

La mitad, o quizá un poco más, de los artículos que traje ya los tengo vendidos a buen precio ... Bueno, al precio que corresponde. Me hizo gracia la señora aquella que hablaba de si el aceite era mejor arriba que abajo. Y que lo mismo sucedía con el arroz. Entonces ¿qué pensaba? ... Decir dijo cosas de muy enterada. Pero aún creyéndose muy espabilada y muy de sabérselas todas, picó como las demás ... Ciertamente, si los artículos que uno vende fuesen tan buenos como parecen, por encima o por fuera, no hacía falta dedicarse al estraperlo ... En este oficio hay que tener los ojos muy abiertos; y si los civiles aparecen ... –no lo quiera el demonio- echar el saco al hombro y huir corriendo ... Sólo me quedan unos 16 kilos de mercancía. Y tengo que ganar con ellos para el viaje y para comer en la de Roxelia o la de Celia, a cuerpo de rey ...”

La de O Carballiño era una importante feria ganadera, y ahí va una imagen de la misma en los años 1920.