19 de julio de 2011

Leches en lucha (2)

En el capítulo anterior vimos la historia del comercio de la leche en Galicia en las primeras décadas del siglo XX, cuando las lecheras dominaban el escenario y empezaron a surgir lecherías urbanas y pequeñas instalaciones de pasteurización. Iniciativas modestas y novedosas que se enfrentaban a obstáculos difíciles de sortear, agravados por la Guerra Civil española (1936-39) y las penurias de la postguerra.

Cómo es fácil imaginar, la guerra no fue una buena etapa para las ventas de leche líquida con destino a la alimentación. En las guerras los alimentos perecederos ocupan un lugar marginal, y más todavía si hablamos de líquidos como la leche que es casi agua: un 95 % o más. Hacen falta alimentos que concentren muchos elementos nutritivos por kilo y que sean fáciles de conservar y transportar. Las conservas y salazones de pescado gallegas multiplicaron sus ventas durante la guerra, y también tuvieron gran demanda los cereales, las patatas, las habas, las castañas o las carnes. Pero la leche, tal cual, líquida ... no, claro. No tiene sentido cargar vagones y camiones para el frente bélico o hacia las ciudades con ... casi agua.

Así que los campesinos destinaron la leche de sus vacas al consumo familiar, a alimentar terneros –demandados por su carne-, y a fabricar mantequilla y quesos. Y siguieron vendiéndola a los clientes de villas y ciudades gallegas por medio de las lecheras, y a las escasas industrias transformadoras.

Tanto era así que la factoría láctea que Nestlé empezó a construir en 1938 en Pontecesures, inaugurada en noviembre de 1939, se dedicó a la elaboración de leche condensada. Su marca, La Lechera, se anunciaba en 1935 afirmando que la leche condensada “ofrece las máximas garantías de seguridad para la frágil salud de los niños. Las leches pasteurizadas a más de 60 grados son leches quemadas, que si bien carecen de elementos microbianos, han perdido también sus principios vitales y propiedades alimenticias”. Otro lance de la lucha de leches.

1935

El fin de la Guerra Civil no mejoró las cosas para el negocio lechero. La producción láctea disminuyó durante los años 1940. Las vacas habían trabajado duramente arando los campos y en el transporte de mercancías por falta de medios mecánicos y de combustible. Los labradores tuvieron que dedicar todos sus esfuerzos a obtener alimentos para el consumo humano y escasearon los forrajes. Dar hierba a las vacas para conseguir leche o carne tiene su sentido porque no pueden comerla los humanos. Pero cuando faltan los alimentos básicos hay que mirar muy bien a qué se dedican las tierras y sus productos. El maíz era muy usado para la alimentación del ganado, pero también servía para hacer pan, de modo que los animales tuvieron  que apretarse el cinturón. Y tampoco era fácil importar maíz o piensos, por la 2ª Guerra Mundial (1939-45) y por la falta de divisas.

La escasez de forrajes, que se arrastraba desde 1937, era destacada por un buen conocedor del sector ganadero, Enrique Santos Bugallo, en un artículo de 1943.

1943


Seis años después, en abril de 1949, la Unión Territorial de Cooperativas (UTECO) de A Coruña señalaba con alarma: “La falta de piensos es casi absoluta. La provincia no los produce. Esta temporada se está repartiendo pulpa de remolacha en bastante cantidad. Es lo único. No se ha recibido en todo el año ni un solo kilo de avena o cebada. Respecto del salvado, en once meses se han repartido ¡25 vagones!, cantidad que no alcanza a satisfacer las necesidades del ganado de una parroquia de la provincia. Lo sabe la Delegación Provincial de Abastecimientos y se decide a tomar cartas en el asunto”.
 
En octubre de ese mismo año, un reportaje sobre el desabastecimiento de carne afirmaba que “Con el precio que tienen hoy día los piensos –que se tienen que buscar en su casi totalidad en el mercado negro- no resulta económico alimentar el ganado vacuno.

Tardaron mucho en mejorar tanto el suministro forrajero como la propia cabaña vacuna –mal alimentada y en malas condiciones sanitarias-, los servicios de transporte o el poder adquisitivo de la población. Todo ello sumado frenaba la oferta de leche y su consumo. Las contadas empresas lácteas que operaron en Galicia en los años 1940 y 1950 se dedicaron a la novedosa leche condensada y a los tradicionales quesos y mantequilla. La excepción a la regla fue Granja Arjeriz, que estableció un pequeño establecimiento de pasteurización en Vigo en 1950, anticipándose a lo que estaba por llegar. 


 


1950

Arxeriz es un pequeño lugar del municipio de O Saviñao, al suroeste de la provincia de Lugo, muy próximo a la confluencia entre los ríos Miño y Sil, y ocupa un lugar meritorio en la historia del sector lácteo gallego porque allí surgió la saga de empresarios fundadores de la propia Arjeriz y de LARSA (Lacto Agrícola Rodríguez SA), los hermanos Rodríguez López. Un tío suyo, el doctor José López Suárez, adquirió en 1916 un pazo que había pertenecido a la casa de Alba, y fue allí donde se dedicaron a partir de los años 1930 a la producción de mantequillas y quesos bajo el nombre de Granja Arjeriz. Para dar salida a sus productos establecieron una tienda en Vigo (Mantequerías Arjeriz): Vigo había crecido mucho, era un buen mercado y desde la estación de Monforte –a 15 kms de Arxeriz- los productos podían llegar con facilidad por vía férrea.

Procedente de www.sotodefion.org
Los Rodríguez López desplegaron una gran actividad en los años 1940. Trasladaron la fabricación a Chantada, después fabricaron en Vigo como ya vimos, y luego en Vilagarcía. Operaron con dos firmas: Larsa, constituida como sociedad anónima en 1947, y Granja Arjeriz SA en 1951, ambas con domicilio en Madrid. Se colocaron así en un buen puesto de salida para ampliar sus negocios en los años 1950.

1947

En 1953 un anuncio en la prensa de Madrid nos permite comprobar que Larsa ya contaba con tres centros de producción en Chantada, Vigo y Vilagarcía y que se esfuerza en promocionar en el mercado de la capital sus quesos, de marcas Trébol y Hórreo.


1953

Era una época en la que los españoles necesitaban calorías: los productos light todavía tardarían largos años en ocupar tanto espacio en los supermercados. Y era casi imposible enviar leche líquida desde Galicia al mercado madrileño, por las dificultades de transporte. Un negocio reservado a otras firmas mejor comunicadas con la capital española, ubicadas en sierras próximas a ella o en Cantabria.

Una de ellas, la Granja Poch de La Penilla (Cantabria), hacía décadas que comercializaba su leche pasteurizada en Madrid, y ... ojo, cómo estaría el estado sanitario del ganado que en un anuncio de 1950 especificaba que estaba ‘exenta de tuberculosis’.

1950

La clave para el despegue de la leche pasteurizada estuvo, como en otros países, en la aprobación de medidas legales que obligaron a consumirla, siempre con argumentos de tipo sanitario. En España esto sucedió en 1952, cuando se promulgó una ley que obligaba al consumo de leche pasteurizada o higienizada en las poblaciones con más de 25.000 habitantes. Una medida que no afectaba a muchos gallegos, puesto que por entonces sólo existían 7 ciudades que cumpliesen el requisito, y que amenazaba con dar un duro golpe a las lecheras y ... a las lecherías.

Sin embargo, los efectos prácticos de la ley se demoraron bastante. Se convocaron concursos para aquellas empresas dispuestas a establecer centrales lecheras con el privilegio exclusivo de abastecer a una ciudad determinada y su entorno. En Galicia la primera concesión fue conseguida precisamente por Larsa en febrero de 1957 para el abastecimiento de Vigo. La siguiente concesión la recibió la UTECO (Unión Territorial de Cooperativas del Campo) de A Coruña en junio de 1957, pocos meses después de la otorgada a Larsa. La central lechera coruñesa adoptaría como marca LEYMA (Leche y Mantequilla). He aquí una noticia sobre el proyecto, de 1956.

1956

Como vemos se afirma que “Tienen que desaparecer las tradicionales lecheras”, un asunto que aclaraba el delegado provincial de Sindicatos en entrevista adjunta:

-- ¿Y qué pasará con las lecheras e industriales que se dedican a la venta de este producto?.
-- Los industriales que actualmente posean establecimientos dedicados a la venta de leche, deberán adaptarlos a las normas vigentes, es decir, deben ser decentes, con pavimentos lisos y de fácil limpieza, techos y paredes lisas y lavables, de color claro, y cámara frigorífica o nevera para la conservación de la leche. En cuanto a las lecheras, bien claro lo dice el artículo 26 del Decreto de la Presidencia del 18 de abril de 1952, así como el Reglamento de las Centrales Lecheras cuyo texto es el siguiente: ‘Queda prohibida la venta de leche de vaca a granel en todas las poblaciones donde se disponga la obligatoriedad de higienizar la leche’, por lo tanto es indudable que este tipo de comercio tiene que desaparecer en aras de la higiene y del progreso. Ahora bien, la Central Lechera que actúa como un filtro sanitario para la centralización y selección de toda la leche destinada al consumo, comprará dentro de las normas exigidas, toda la leche que le presenten, por lo cual el perjuicio que se les pudiera causar desaparece, evitándole inclusive la incomodidad del reparto a domicilio que vienen efectuando hasta ahora.

Pero, como ya comenté, las cosas fueron despacio. La central coruñesa empezó a vender su leche pasteurizada en 1962 y la viguesa lo hizo a finales de 1963.

1963

Traer la leche a la central desde los muy dispersos ganaderos del entorno fue un problema, pero también poner en el mercado la leche higienizada desplazando a lecheras y lecherías. Desde el principio sufrieron el boicot llevado a cabo por las lecherías ya establecidas, que se negaban o ponían reparos a vender la leche de las centrales. Leyma tuvo que publicar en 1963 los siguientes anuncios:


1963

También tuvo que esforzarse Leyma en convencer a los consumidores de la superioridad de su leche pasteurizada. Y recurrió al procedimiento clásico: atacar a la leche cruda que la gente hervía para acabar con los microbios y para hacerla más duradera. “Leche hervida, leche sin vitaminas”. O bien: “Señora: no se deje engañar por su abastecedor de leche cruda. Solamente existe una leche de garantía: Leche Leyma. Lo demás es jugar con la salud.”

1962
1963

La campaña publicitaria incluyó asimismo afirmaciones enigmáticas. “Señor, señora: Tres cosas hay en La Coruña que ya son tradicionales: el Obelisco, la Torre y LECHE PASTERIZADA”. El Obelisco se inauguró en 1895, la leche pasteurizada ... no es que fuese muy tradicional, como ya vimos, pero la Torre de Hércules es un faro romano ... del siglo II. Un mix algo rarillo.

1963

Otro minianuncio, de 1964, recurre al truco del desconcierto: “Leyma. Es más barata porque es leche”. Ahí queda eso.

1964

En Vigo, un reportaje de 1965 anunciaba el próximo fin de las lecheras al tiempo que recalcaba que ya habían venido perdiendo posiciones en los años precedentes, supongo que a causa de las ventas crecientes de leche pasteurizada de Arjeriz y luego ya, por supuesto, de la moderna central de Larsa, pegada al estadio de Balaídos.

1965

Al año siguiente, 1966, Larsa anunciaba que por disposición del Ayuntamiento quedaba prohibida la venta de leche no higienizada, y se ponía “a disposición de todos los establecimientos de venta de leche, así como de las entidades benéficas y sanitarias, colegios y residencias, hoteles, restaurantes y bares, para el suministro de leche pasterizada.” . 


Lo dicho hasta aquí para las dos principales ciudades gallegas, Vigo y A Coruña, acabaría pasando años después en las demás. En agosto de 1970 se inaugura la central lechera de Ourense, erigida por la UTECO provincial -promotora también de Coren-, en San Ciprián das Viñas.

1970

Al año siguiente, 1971, inicia la producción la central de Lugo, promovida por Complesa (Complejo de Industrias Lácteas de Lugo SA) y ubicada en Nadela. Al igual que en los otros casos, su apertura llevaba aparejaba la prohibición de la venta de leche a granel.

1971

También es en 1971 cuando comienza Feiraco (Cooperativa Forrajera de Negreira) a comercializar leche pasteurizada y productos lácteos. Pocos años antes habían empezado a emplearse los envases de Tetrapak. La primera firma gallega en hacerlo, y una de las primeras de España, fue Larsa.

1965

De modo que la leche cruda y las lecheras acabaron quedando confinadas a aquellas poblaciones no incluidas en el ámbito exclusivo de suministro de las Centrales Lecheras, es decir, a la Galicia rural. Algunas lecheras seguían desplazándose en caballerías.

1977
Otras, donde las distancias eran cortas y los caminos estaban en mejores condiciones, se habían pasado a los carritos con ruedas de caucho.

1964

¿Fue éste el final de la lucha de leches?. En absoluto. Vinieron nuevas luchas. Ya desde 1966, en el momento álgido de apertura de centrales pasteurizadoras, la prensa empezó a hablar de la “guerra de la leche”, un conflicto que se repetirá en años sucesivos y será muy ruidoso a principios de los años 1970.

Era una guerra de distinta naturaleza a la que he venido relatando. Era la protesta de los ganaderos contra el bajo precio de su producto, resultado de un exceso de oferta respecto a la demanda y de un modelo de organización del sector con precios regulados por el Estado y que no dejaba otra salida a los productores de leche que venderla a unas centrales casi monopolistas. Un nuevo tipo de problema ante el que algunos echaron de menos los no muy viejos tiempos de las lecheras cuando la Central se negaba a recogerles la leche.

1972

La causa de este tipo de situaciones residía, para otros, en lo mal regulado que estaba el sector. Es lo que sostenía Augusto Assía –Felipe Fernández Armesto-, importante ganadero además de escritor, en un artículo de 1974 que llevaba por título “El comercio de la leche, uno de los grandes enigmas económicos”. 

1974
Vino después el lío de las famosas cuotas lácteas –cupos máximos de producción por ganadero-, tras la entrada de España en la Comunidad Económica Europea en 1986. Y en los últimos años, casi cuatro décadas después del artículo de Assía, las leches siguen en lucha por la cuestión de los precios, con la leche blanca –de marca blanca- en el centro del huracán de un conflicto que enfrenta a ganaderos, industrias y grandes cadenas de distribución alimentaria. Las lecheras hace ya tiempo que son un recuerdo.

11 de julio de 2011

Leches en lucha (1)

La leche cruda y las lecheras que la vendían en las ciudades acabaron siendo vencidas por la leche pasteurizada en instalaciones industriales. Y luego la leche UHT, esterilizada y envasada en tetrabrik, derrotó a la pasteurizada envasada en botellas y bolsas de plástico. Es la historia resumida de la leche líquida para consumo directo en el siglo XX. Un camino en el que surgieron intereses encontrados, una especie de lucha de leches, que aquí mostraré en el caso gallego.

Galicia es hoy la mayor productora de leche de España –más de 2.000 millones de litros-, y era también importante hace 100 años gracias a su numerosa cabaña de ganado vacuno. Veamos una estadística de principios de los años 1920.


Por entonces, en España se obtenían 1.081 millones de litros: 803 de vaca, 74 de oveja y 204 de cabra. La producción gallega respecto al total español era alta en leche de vacuno (17,5 %) y muy baja en la de ovino y caprino. De los 147 millones de litros que dicha estadística atribuía a las vacas lecheras de Galicia se estimaba que 106 millones eran para consumo directo –que se bebía-, y que 41 se destinaban a la alimentación de las crías y a la elaboración de quesos y mantequilla.

Con una población muy dispersa en lugares y aldeas, y con muchos labradores que poseían vacas o cabras, la mayor parte de la leche se consumía en el campo, cruda o hervida. El abastecimiento de las villas y ciudades lo realizaban las lecheras, que todos los días se desplazaban con la leche de sus propias vacas o de los vecinos.

En un artículo de 1893 se explicaba que en los alrededores de Santiago no existían vaquerías especializadas, y  “Solo en algunas huertas de los barrios hay un pequeñísimo número de casas que sostienen dos o tres vacas, cuya leche se vende a doble precio del a que la sirven esa multitud de madrugadoras mujeres que abandonan el lecho casi de noche, y se dirigen, desde las aldeas vecinas, al despuntar el día, para llegar a Santiago en las primeras horas de la mañana en que por lo común siente el vecindario la necesidad de su consumo. Las parroquias de los Ayuntamientos de Conjo, Teo y de Ames, son las que por la abundancia de pastos con que cuentan sostienen mayor número de vacas lecheras. Cacheiras, Luou, Calo, Viduido, Ortoño, Bugallido, Villestro y Figueiras introducen diariamente en Santiago sobre 1.500 litros de leche. De la Peregrina, Pardaces, San Silvestre, Amio, Vieiro y Arines se introducirán otros 500 litros, cantidad que varía según la época del año. (...) Si calculamos que salvo raras excepciones las vacas lecheras del país no producen sino de 2 a 3 litros de leche cada una, porque tienen que compartirla con el becerro que crían, supuesto que no son como las bretonas (...) deduciremos que son necesarias sobre 700 vacas para producir la leche que se consume en Santiago; sin contar con la que se reservan para sí los dueños de los animales;

Un oficio típicamente femenino, como tantos otros, el de las mujeres que ordeñan las vacas y conducen la leche al punto de venta e incluso al domicilio de sus clientes. Aquí tenemos una foto curiosa, de 1924: la de unas lecheras que retornan de Muros por los montes de Carnota trayendo de vuelta lo que han adquirido en la villa, en perfecta pose para la famosa fotógrafa americana, Ruth Anderson.

Un detalle: van a pie, no en burro.

Lecheras en Carnota (1924)
Pero ya desde principios del siglo XX habían ido surgiendo lecherías, con su propio local de despacho del producto, que hacían la competencia a las lecheras. Como veremos a continuación, los nombres escogidos para dichos establecimientos recalcan que se trata de algo novedoso y la frescura y la pureza de su leche: Lechería Moderna, Lechería Nueva, Lechería Suiza, Lechería La Pureza, Lechería Gallega, Lechería La Montañesa. La idea de que la mejor leche proviene de las zonas montañosas está casi siempre presente.

Veamos qué sucedió en la ciudad de A Coruña. En 1904 se establece una de las primeras lecherías –Lechería Moderna-, y ya al año siguiente se anuncia en la prensa poniendo a caldo a las lecheras tradicionales. Se habla de las ‘pésimas condiciones’ de abastecimiento en manos de ‘ínfimos industriales’ con ‘aguada conciencia’. ¡Comienza la pelea!.

A Coruña (1905)
No era un mal recurso publicitario acusar de aguadoras a las lecheras. ¿Qué cosa más fácil que echarle agua a la leche o al vino?. Todo el mundo lo sabía y lo había sufrido. En ese mismo año de 1905 abre las puertas la Lechería Suiza.

1905
En este caso los promotores, Hernández y Hernández, han montado un establecimiento de pasteurización en Curtis, a 45 kilómetros por ferrocarril de la capital provincial, en una comarca de montaña con abundancia de vacuno. Y exhiben orgullosos en un escaparate de la calle Real su pasteurizadora, un “notable e ingenioso aparato que tiene por objeto higienizar la leche, después de ordeñada y filtrada, destruyendo todos los gérmenes nocivos que aún siendo pura suele contener”.

Aclaremos que la pasteurización es un procedimiento para eliminar los microbios patógenos propuesto por Luis Pasteur en los años 1860, pero que no se aplicó a la leche hasta principios del siglo XX. En su versión más sencilla consistía en calentar la leche durante media hora a una temperatura mínima de 60 grados, una especie de baño maría. El proceso daba a la leche un cierto sabor a cocida pero hacía innecesario hervirla, el método tradicional para evitar disgustos. 

En 1909 la Lechería Moderna se moderniza y cambia su nombre por Lechería Nueva. Establece su centro de recogida de leche en San Pedro de Oza –próxima a Curtis- y también dispone de “hermosas máquinas de pasteurizar, las cuales tienen la enorme ventaja de que, sometida a su acción, la leche no necesita ser hervida y permanece treinta o cuarenta horas sin descomponerse ni sufrir fermentaciones”.

1909

Las elogiosas crónicas que le dedica la prensa, destacando los méritos de la nueva industria, molestaron a los propietarios de la Lechería Suiza y éstos publican al día siguiente un anuncio que comienza con “Anunciarse sí, pero sin faltar a la verdad” y remata con “novedad ninguna”. Los propietarios presumen de maquinaria y no tienen reparo en afirmar que su lechería reúne “condiciones inmejorables no superadas por ninguna otra casa de España”.

1909

En resumen, las lecherías no solo se esforzaban en diferenciar su leche pasteurizada de la leche cruda de las lecheras, poco higiénica, sino que ... andaban a leches entre ellas. Y así siguió la cosa. En 1913 encontramos en la misma página dos anuncios rimados –¡y vaya rimas!- de las lecherías Nueva y La Pureza, y ambas vuelven a proclamar que su leche procede de las montañas de Oza y Curtis.


A Coruña, 1913

Y lo mismo alegaba la recién creada Lechería Gallega de Lugo en 1914: leche de pureza absoluta de las montañas de Curtis "donde existen los mejores pastos de Galicia".

Lugo, 1914

Ya llegó el momento de responder a una pregunta: ¿qué tenían las vacas de Curtis y Oza para que su leche fuese tan estimada?. Bueno, pues creo que este prestigio se debía a dos razones combinadas. La primera es la simple circunstancia de que disponían de estación ferroviaria y era mucho más fácil enviar en condiciones aceptables un producto tan perecedero.

En el mapa adjunto pueden verse las tres estaciones ferroviarias –Oza, Curtis y Teixeiro- desde las que se abastecía A Coruña -arriba a la izquierda-. La línea férrea en negro, cuesta verla. No creo que la leche de Aranga, Irixoa o Monfero, más al norte, fuese diferente a la de Curtis, pero no podía llegar tan fresca a su destino por el problema del transporte.


Pero también es cierto, en segundo lugar, que el sabor de la leche de esta comarca no podía ser el mismo que el de otras áreas. Descartado que sus vacas fuesen de raza diferente a las demás –casi todas eran de raza marela-, la clave está en cómo influía la alimentación en el sabor de la leche ... y de los quesos. Hoy, habituados a las leches homogeneizadas y uperizadas, no somos conscientes de que según lo que comía la vaca así sabía la leche, de que la dieta de las vacas variaba según las estaciones y los forrajes disponibles. Hierba en verde, hierba seca, nabos, maíz, etc., concedían a la leche distintos contenidos grasos y aromas que se notaban al consumirla.

No puedo confirmarlo por experiencia propia en el caso de la leche, pero sí en el del ‘queso del país’ casero, que sabe distinto de una estación a otra, y cambia de sabor según pasan los días una vez comprado. Nada que ver con los tochos uniformes de Gouda. Lo de los sabores variados de la leche era destacado con cierta nostalgia por Harold McGee en La cocina y los alimentos (2004):


Algo que conocían bien nuestros antepasados. Eliseo Fernández, coruñés y experto en la materia, escribía en 1928 que “la leche varía a veces grandemente, según la parte de la región de que proceda la raza y hasta la vaca; y aun éstas dan leches distintas debido a la alimentación, la estación, la hora del ordeño, etc., (...) La vaca parida de poco tiempo, la vaca que durante el día ha trabajado mucho, la vaca en celo, etc., dan en cada uno de estos momentos leches distintas, tan distintas que podría creerse leche de varias vacas la procedente de una sola.” Pero, por supuesto, en aquella época el sabor preocupaba mucho menos que el suministro regular, el precio y la higiene. 

Nos trasladamos ahora a las Rías Bajas y a los años 1920 para conocer dos experiencias sobre el asunto muy diferentes entre sí. Por un lado, la creación de una de las pocas cooperativas lecheras gallegas anteriores a la Guerra Civil. Fundada en Laiño (Dodro) en 1923, a las orillas del Ulla, en una zona con abundantes pastos, adquirió camiones y se dedicó a comercializar la leche de sus asociados en Santiago, Padrón y Vilagarcía, los núcleos urbanos más próximos. Sobre esta cooperativa escribiré en otra ocasión, pero según mis noticias estuvo en funcionamiento hasta la guerra aunque sin llegar a introducir la pasteurización. Más competencia para las lecheras.

El otro caso es, como señalé, bien distinto. Pontevedra 1929: un perito químico, José Font, decidió emprender el negocio de la leche pasteurizada. Es la aventura empresarial de un técnico, buen conocedor del sector lácteo, que establece una pequeña empresa convencido de las bondades de la pasteurización. Acá un anuncio en la prensa de su establecimiento.

1929

La formación técnica del protagonista queda a la vista en el nombre escogido para la empresa –Lactic Industrial- y en la marca de su leche, Lactic. Ni Moderna, ni Suiza, ni Montañesa.

En su publicidad recurría a argumentos también técnicos: “¡No hierva la leche!. Hervirla es privarla de muchas de sus buenas cualidades. (...) Le quedará lo que los médicos llaman leche muerta". Font aspiraba a extender su negocio enviando la leche a Santiago y Vigo, y consiguió en ambas ciudades algunos clientes, todos establecimientos hosteleros. La experiencia fracasó al poco tiempo, y en 1931 se vió obligado a cerrar no sin antes despacharse a gusto en un anuncio que criticaba duramente al Ayuntamiento de Vigo. 

1931

El cierre de Lactic debió de alegrar a sus competidores vigueses y justo al día siguiente Lechería La Montañesa anunciaba su “leche pura de vaca fresca”. Un episodio más de la lucha de leches.

1931
En definitiva, salvo casos aislados como el de Santiago o A Coruña, que se abastecían en parte por medio del tren y en camiones, las lecheras y la leche cruda siguieron siendo dominantes en el comercio lechero gallego. Ciudades pequeñas, transportes deficientes, pocas vaquerías particulares y casi ninguna cooperativa, leche cara. No era un contexto propicio al crecimiento de la producción de leche con destino a su consumo tal cual, cruda o pasteurizada.

Escenas como la siguiente, de las lecheras en la plaza de O Toural de Santiago, seguirían siendo habituales en las villas y ciudades gallegas durante décadas. Los burros estarán por alguna parte, ... aparcados.

Lecheras en Santiago (1924)

Nada que ver, es evidente, con la imagen siguiente: un supercarro de reparto de productos lácteos pasteurizados de una empresa norteamericana de Springfield (Massachussets) en los años 1920.


Ni encontramos en Galicia 'vaquerías' -granjas de vacas lecheras- como las surgidas en el entorno de Barcelona, una ciudad con muchos habitantes deseosos de consumir leche.

Vaquería en el Prat de Llobregat (años 1910)

Es el conocido tema del tamaño del mercado que, cuanto más grande, más fomenta la especialización. Algo que se comprueba perfectamente en el caso de Londres. Recomiendo a quien quiera conocer cómo se abastecían de leche sus ocho millones de habitantes, el reportaje de 1933 “Una organización asombrosa. El abastecimiento de leche en la ciudad de Londres”. El título lo dice todo.

La historia prosigue en la segunda parte de Leches en lucha. De momento, la leche cruda y las lecheras resistieron el asalto de la leche pasteurizada industrial.