26 de agosto de 2011

¡ Comín como un cura !

¡He comido como un cura!. La frase corresponde a una anécdota de los años 1950 en Santiago de Compostela. Eran tiempos de escasez, y comer bien en un restaurante hasta hartarse estaba al alcance de una minoría o sucedía en ocasiones especiales. El caso es que el comensal que proclamó en gallego y en voz alta ¡comín como un cura!, seguro que después de haber bebido bien bien, se encontró con una respuesta inesperada: ¡Comería usté como un animal!, dijo un cura desde otra mesa.

La historia me la contó mi padre. No creo que a los gallegos de cierta edad les resulte difícil interpretar la situación, pero será mejor aclarar el significado profundo –es un decir- de este intercambio verbal. La primera frase equivale a ¡He comido de maravilla, tal como suelen hacer los curas párrocos!, y expresa un asentado tópico de la cultura campesina, bien fundado, como veremos. La segunda frase casi no necesita traducción, pero por si acaso: ¡comer sin medida es propio de animales, un respeto!.

Existe otra expresión popular que refleja las viejas diferencias entre clases sociales: ¡vivir como un marqués!. En nuestra escena del restaurante las diferencias se concentran en la comida, y fijémonos en que se toma como modelo del buen comer a un sencillo sacerdote, y no a un canónigo o a un obispo.

¿Por qué, todavía a mediados del siglo XX, se seguía tomando al cura como ejemplo del buen comer?. ¿Tan nutrida estaba la despensa de los párrocos?. ¿Cómo estaban al corriente los feligreses de lo que comían los curas?. ¿Vivían los curas como marqueses?. Para responder a estas preguntas tenemos que remontarnos muchos años en el tiempo.

Vayamos al siglo XVIII. En la Galicia de entonces había 3.600 parroquias a cargo de 2.500 párrocos, aproximadamente. Con una población de 1,3 millones en 1752, cada cura tenía a su cargo por término medio en su feligresía o feligresías 520 habitantes. El Vecindario de 1760 contabilizó, por su parte, 336.457 vecinos en Galicia, así que salía a 134 hogares por párroco. Unos más, otros menos. Y la mayor parte de ellos les pagaban diezmos, primicias y ofrendas cada año, casi siempre en especie pero también en dinero metálico.

Así venía sucediendo desde la Edad Media, desde muchos siglos atrás. El diezmo era un tributo que obligaba a entregar el 10 % de las principales producciones agrarias a la Iglesia y a otros beneficiarios: a nobles, a casas hidalgas, a Órdenes Militares, a la Corona, a Universidades, a Hospitales, etc.

Vamos a conocer los productos que por diezmos recibían tres curas de la provincia de Ourense, en otras tantas parroquias del actual municipio de Laza, al norte de Verín, famoso por su carnaval. Se trata de las parroquias de Santa Mariña de Retorta, de San Pedro de Castro, y de la pequeña villa de San Xoán de Laza. Como puede verse en el mapa, se hallaban a orillas del río Támega y contaban con amplias zonas de monte, con muchos soutos de castaños.

Mapa del valle de Laza (Ourense)
Los tres párrocos cobraban la totalidad del diezmo en sus respectivas feligresías. Estamos en torno a 1750 y nuestros datos proceden del Catastro de Ensenada, una extraordinaria fuente de información sobre la vida y la economía de aquella época. Laza tenía entonces 175 vecinos, Castro 200, y Retorta 146. Por vecinos hay que entender hogares o familias, no habitantes. Tal era el criterio que se seguía para contabilizar la población. No era habitual registrar el número de habitantes, con tantos nacimientos y defunciones como se producían cada año y sin los medios actuales para hacer estadísticas precisas.

Lugares y número de vecinos de la parroquia de Retorta (Laza), 1752

En ferrados, cuartas, libras, cuartillos o haces expresaban los peritos del Catastro lo que se pagaba en concepto de diezmos. Veamos el caso de la parroquia de Retorta.

“= Los diezmos de la Felegresía de Santa Marina de Retorta ascienden en cada un año y de cada especie a lo siguiente; de Zenteno 350 ferrados; de mijo grueso, ô maíz, 225 ferrados; de trigo 20 ferrados; de Vino 560 quartas; de Castañas Verdes 650 ferrados; de Lino 33 Haces, ô afusales en bruto; de Linaza 6 ferrados; de Cera en panal 6 libras; de miel 32 quartillos; 6 enjambres; de manteca de Bacas â dos reales por cada una; de Lana labada 6 libras; 10 Zerdos; 4 Corderos; 5 Cabritos, y no se pagan quebrados de estas tres especies porque se dexa completar el diezmo en Cavezas; de Nabos 2,5 Carros; de pollos 20 en especie; de Guerta Cada Vezino 4 maravedís, y ascenderá en Cada un año â 12 rreales, y no se paga diezmo de otra Cosa alguna, (...)” 



Relación de diezmos pagados por los vecinos de Retorta (Laza), 1752

Como se puede apreciar, el cura recibía lino en haces, simiente de lino (linaza), nabos, cabezas de ganado, cera en panal, miel, etc. Hasta enjambres. Pero las cantidades más elevadas eran las correspondientes a cereales, vino y castañas.

El gran lío a la hora de interpretar los datos surge cuando queremos saber a cuántos kilos equivalía un ferrado de cereales o castañas, a cuántos litros una cuarta de vino, o cuanto pesaba un carro de nabos. Con la dificultad añadida de que estas medidas tradicionales variaban de comarca en comarca.

Resolvamos el enredo. La medida más usada en Galicia para granos y otros frutos era el ferrado. En la siguiente foto podemos ver uno.

Ferrado, medida de capacidad

Un recipiente de madera con uno de sus lados inclinado para facilitar el volcado del grano, y cuya capacidad, como ya señalé, era distinta según los lugares, entre 15 y 18 litros, lo que significa que al manejarlo estaríamos moviendo de 11 a 14 kilos. Existía también la medida del medio ferrado, y otras más pequeñas, más manejables.

El rodillo que se ve en la foto –rebolo en gallego- servía para rasar el grano, para igualarlo por los bordes superiores del recipiente. Por eso se hablaba de ferrado raso. Si no se pasaba el rebolo, como sucedía al medir el maíz, de grano más grande que el del centeno o el trigo, el ferrado se decía que era colmado, y así el volumen medido solía superar los 20 litros.

Bueno, pues como ya tengo experiencia en la conversión de medidas tradicionales al sistema métrico decimal, he acudido al propio Catastro y al libro de Fernández Justo, La metrología tradicional gallega (1986), para hallar las equivalencias. En nuestro caso de Laza el ferrado raso contenía 17 litros aproximadamente y el colmado para el maíz 21,5. La cuarta de vino 16,4 litros.

Así que acá tenemos por fin un cuadro con los ingresos por diezmos de los tres párrocos y las equivalencias aproximadas en litros de los principales productos. Para hacerse una idea del peso hay que saber que un litro de cereal pesa aproximadamente 750 gramos, salvo el de maíz, que ronda los 700 gramos.

 
DIEZMOS PERCIBIDOS POR LOS CURAS DE 3 PARROQUIAS DE LAZA (OURENSE) EN TORNO A 1752










Retorta
Laza
Castro

Medida

Litros

Litros

Litros
Centeno
Ferrados
350
6.009
800
13.736
945
16.226
Maíz
Ferrados
225
4.828
125
2.625
120
2.520
Trigo
Ferrados
20
343
32,5
558
20
343
Mijo
Ferrados
0

10
172
20
343
Castañas verdes
Ferrados
650
11.160
700
12.019
1650
28.331
Vino
Cuartas
560
9.184
400
6.560
192
3.149
Lino
Haces
33

60

15

Linaza
Ferrados
6

0

3

Nabos
Carros
2,5

2

6

Cera
Libras
6

6

12,5

Miel
Cuartillos
32

30

36

Enjambres
Unidades
6

5

15

Cerditos
Unidades
10

10

9

Corderos
Unidades
4

10

10

Cabritos
Unidades
5

12

16

Pollos
Unidades
20

50

0

Lana
Libras
6

25

30









Fuente: Catastro de Ensenada.

Como puede apreciarse, nuestros curas párrocos nadaban en la abundancia. El de Retorta, que se llamaba Don Juan de Barcia, recibía al año más de 9.000 litros de vino, 11.100 litros de distintos cereales –en torno a 8 toneladas- y otros 11.100 litros de castañas verdes, que podrían bien convertirse en 1.850 después de secarlas porque seis unidades de castañas en verde con su erizo daban una de castañas secas, más o menos.

Si a lo anterior añadimos los demás productos del diezmo –entre ellos 10 lechones, 4 corderos, 5 cabritos y 20 pollos- obtenemos esa imagen de abundancia que, lógicamente, no podía pasar desapercibida para los campesinos porque ... todo salía de sus propias casas, de sus campos y de sus montes.

Y además, muy importante, sin que el cura tuviese que soportar gastos de cultivo ni otras cargas. Para obtener 1.000 kilos de centeno, por ejemplo, un labrador tenía que emplear entre 200 y 250 kilos de simiente –tales eran los rendimientos de la época, de 4 a 5 kilos de cosecha por cada uno sembrado- además de arar, estercolar, plantar, escardar y segar.

Y eran pocos los labradores que no pagaban renta a los dueños de las tierras: a la Iglesia, a la nobleza, a la hidalguía. Si la renta fuese de, supongamos, la quinta parte de la producción, ya tenemos que descontar otros 200 kilos. Había que pagar además el diezmo, otros 100. En definitiva, si restamos simiente, renta de la tierra y diezmo los 1.000 kilos se convertían en 500.

En cambio, el perceptor del diezmo se limitaba a acarrear el cereal ya maduro desde los campos del contribuyente hasta su casa o hasta su almacén, y una vez majado disponía de su décima parte –100 kilos de centeno en nuestro ejemplo- con su correspondiente paja. O se limitaba a llevarse su vino, sin haber tocado una viña, ni haber recogido o pisado una uva. Seguro que muchos campesinos pensaban en lo bonito que era comer pan sin haber sachado o segado y en beber vino sin haber tenido que podar o vendimiar.

Último detalle: aquellos que no pagaban el diezmo como Dios manda, incurrían en pecado. Era el quinto mandamiento de la Santa Madre Iglesia: pagarás diezmos y primicias. Atentos a las efes que hay que leer como eses.

Constituciones Sinodales de la Diócesis de Ourense, 1622

Un mandamiento que, lógicamente, dejó de serlo cuando en España, y en todos los países europeos, se suprimieron diezmos y primicias en el siglo XIX, siguiendo la senda de Francia, donde se habían abolido tras la Revolución de 1789. Pero mientras dicho quinto mandamiento estuvo en vigor, los que defraudaban en el pago del diezmo, y no eran pocos, si querían ganar el cielo debían confesar el pecado ... a su cura párroco.

De modo que no es de extrañar que en el mundo rural gallego, y en otras regiones, por supuesto, se hubiesen ido acumulando a lo largo del tiempo historias y dichos sobre los curas, que eran con frecuencia los personajes de más alto nivel con los que los aldeanos tenían una relación cotidiana y próxima. Muy pocos habrían visto comer a un marqués, pero todos sabían lo que entraba en la casa del cura, y no solo eso: cuando el cura acudía a sus hogares los paisanos le daban de comer lo mejor que tenían. No todos.

¿Disponían todos los curas rurales gallegos de tantos ingresos como éstos de Laza?. No, claro que no. Ni todos los curas cobraban el diezmo entero, ni todas las parroquias tenían tantos vecinos. Había curas con despensas mucho peor surtidas que los de Laza. Algunos ni siquiera tenían derecho a diezmos, y percibían un salario que podía llegar a ser bastante bajo.

Y, atención, eran muchos los clérigos ordenados –licenciados, por decirlo así- que por no haber aprobado el concurso para acceder a un curato –a una plaza definitiva, por así decirlo- ejercían sus labores en capillas, o cubrían vacantes, o auxiliaban a los párrocos. Eran presbíteros interinos o auxiliares con ingresos muy inferiores a los que conseguía el titular de una ‘buena’ parroquia.

Y debían de ser pocos los curas rurales que “vivían como marqueses”, tanto porque solían residir lejos de las comodidades de villas y ciudades como porque tenían toda una serie de obligaciones: oficiar misa, confesar, bautizar, casar, enterrar, acudir a actos religiosos, auxiliar a los pobres, mantenerse castos, etc. No podían permitirse el dolce far niente –la dulzura de no hacer nada- ni estaban en condiciones de disfrutar de la vida al estilo de un bon vivant.

En cualquier caso, en Galicia, y sobre todo en su mitad sur, abundaban los curas bien dotados económicamente. Una prueba de ello la encontramos en otros datos que nos ofrece también el Catastro de Ensenada: los ingresos de los Mayores Hacendados de cada localidad. El Catastro dedicó un libro especial a registrar la identidad y las fuentes de ingresos de la persona o institución que alcanzaba más ingresos en cada entidad de población, el llamado Mayor Hacendado.

En un trabajo anterior he examinado uno a uno dichos libros y el resultado del tremendo esfuerzo, no quiero ni acordarme, se puede comprobar en el siguiente cuadro. Adelanto la conclusión que nos interesa: de las más de 3.800 localidades catastradas en Galicia, en casi 1.100 eran los párrocos quienes disfrutaban de un mayor volumen de ingresos. Y casi siempre por su derecho a percibir diezmos.

Fernández, Ángel I. (1995), "Los grupos de poder local en Galicia (1750-1850)", Historia Agraria, nº 9

Una aclaración técnica: a la hora de determinar quien era el Mayor Hacendado se contabilizaban únicamente los ingresos obtenidos dentro de la población, y no los que la persona obtenía fuera de ella, en otras localidades. Pongo un ejemplo actual: si en un edificio el señor X tiene un piso de 200 metros cuadrados y los pisos de los demás propietarios son de 80 o 100 metros, mister X sería el Mayor Hacendado, con independencia de que alguno de dichos vecinos tuviese tres, cuatro o cinco pisos en otros edificios, o un millón de acciones de Repsol.

Así eran las cosas en el siglo XVIII, en el Antiguo Régimen. La Revolución Francesa de 1789 puso todo patas arriba, y acabó propiciando cambios en otros países que socavaron el poder y la riqueza de la Iglesia. En España, una ley de 1837, firmada por el famoso ministro de Hacienda Álvarez Mendizábal, suprimió los diezmos y las primicias.

¿Qué pasó con los curas?. Bueno, pues lo que sucedió fue que el Estado se hizo cargo de la financiación del clero y en 1851 firmó un Concordato con el Vaticano estableciendo lo que habrían de percibir curas, canónigos, obispos y demás miembros del estamento eclesiástico, a costa del presupuesto público. Una reforma que al fijar los ingresos del clero redujo las anteriores y notorias desigualdades entre sacerdotes bien dotados y mal dotados. Los curas se convirtieron en una especie de funcionarios con sueldo fijo. Lo mismo que sucede en la actualidad, 160 años después.

No es difícil encontrar canciones populares alusivas al buen comer y al buen beber de los curas, aunque son muchas más las que se refieren a sus líos de faldas. También las hay sobre curas con escasos medios y que pasaban privaciones, por supuesto.

Recojo aquí algunos ejemplos, todos en tono burlesco, procedentes del libro firmado por el Equipo A.P., O clero na literatura popular galega. Cancioneiro e refraneiro (Akal 1975). Primero algunas cancioncillas.

O cura da miña aldea / ten a barriga furada / que lla roeron os ratos / creendo que era empanada   [El cura de mi aldea = tiene la barriga agujereada = que se la royeron los ratones = creyendo que era empanada]

Almorcei en cas do crego, / hei de volver a xantar; / se non me arrimo a quen ten / quen non ten, non ten que dar   [Desayuné en casa del cura = y volveré a yantar = si no me arrimo a quien tiene = quien no tiene, no tiene nada que dar]

Arriméime, arriméime / e funme arrimando / á casa do cura / a comer o caldo   [Me arrimé, me arrimé = y me fui arrimando = a la casa del cura = a comer el caldo]

O cura que te casou / debía de estar borracho / porque non che preguntou / si eras femia ou eras macho   [El cura que te casó = debía de estar borracho = porque no te preguntó = si eras hembra o eras macho]

Ahora algunos refranes.

Na casa do cura, sempre hai fartura   [En casa del cura, siempre hay hartura]
Abade de moita bamba, que di que non come e ben que se farta   [Abad de mucha presunción, que dice que no come y bien que se harta]
Onde o crego canta, alí xanta   [Donde el cura canta, allí yanta]
O abade de aldea, si ben xanta, millor cea   [El cura de aldea, si bien yanta, mejor cena]

Y para acabar, los “cinco mandamientos del cura”, con los que concluye el libro:

Os cinco mandamentos do crego

1º  Querer ao noso siñoriño polo diñeiriño   [Querer a nuestro señor por el dinerito]
2º  Amolar dispois de confesar   [Fastidiar después de confesar]
3º  Boa sobriña, bon pandeiro e bon pucheiro   [Buena sobrina, buen pandero y buen puchero]
4º  Dispois de ben farto, aunar   [Después de bien harto, ayunar]
5º  Ter con tino, branco e tinto   [Tener con tino, vino blanco y vino tinto]

Gracias a Dios –es un decir-, hace tiempo que aquella frustración de comer poco y mal, día tras día, la sufre muy poca gente en Galicia. Pero la memoria histórica de las privaciones pasadas tarda mucho en desaparecer, y de ahí la escena del restaurante. No hace ni dos semanas, tuve una breve charla con un señor de 60 años que había ido a trabajar en la siega a Castilla con 11 añitos, justo pues en 1960. Pertenecía a una familia campesina con 11 hijos y recordaba que su dieta habitual era caldo a la mañana, caldo a mediodía y caldo a la cena.

Si en vez de caldo de patatas con algunas verduras y un poco de grasa –unto-, o del mismo caldo acompañado de pan de maíz, ponemos arroz hervido, o pan, o tortas de maíz, acompañados de algo, tendremos el menú equivalente de muchos campesinos pobres del planeta durante muchos siglos y todavía en la actualidad.

En Galicia, a lo largo de siglos, generación tras generación, se fue transmitiendo la idea de que a los curas no solía faltarles la comida y de que algunos habían desarrollado un paladar exquisito, y ello dio lugar a dichos como el de ‘comín como un cura’. La expresión ha ido cayendo en desuso y no es más que un recuerdo de tiempos pasados, ... gracias a Dios.

16 de agosto de 2011

Ourense, Bolsa del Jamón

El 'Consejo Económico Sindical' de Ourense afirmaba en 1962 lo siguiente:

"Si grande es la importancia de la ganadería en todas sus facetas para la provincia de Orense (...) hemos de destacar la industria del jamón. En varias ocasiones hemos aludido a la importancia financiera que para Orense tiene la Bolsa del Jamón. Desde tiempo inmemorial fue nuestra capital la sede del comercio Regional jamonero, y fue Dacón la mayor defensa de jamones, quizá de todo el norte de España.

Un texto que alude a dos temas que merecen aclaración. Primer tema: el del comercio de los jamones gallegos, al que he dedicado una breve historia. Segundo tema: el de la Bolsa. Lo más chocante, ambos combinados: ¿Ourense, Bolsa del Jamón?.

La Bolsa es un mercado especial, organizado, en el que se compran y se venden determinado tipo de propiedades, los llamados activos financieros o valores; por ejemplo, acciones de Inditex. Comprar una acción de Inditex significa convertirse en propietario de una parte de la empresa industrial gallega más importante. Como el número total de acciones en el que se halla dividido su capital asciende a 623’3 millones, ser propietario de una acción supone ... muy poco. El valor actual de una acción de Inditex ronda los 60 euros; si sube a 70 poseemos algo que vale 10 euros más que antes. La empresa ha obtenido beneficios en 2010 y ha repartido una parte de ellos a sus accionistas, 1’6 euros por acción. Si tuviésemos 1.000 acciones, Inditex nos habría ingresado en la cuenta bancaria 1.600 euros. Su fundador, Amancio Ortega, con más del 59 % de las acciones, ingresará este año por dividendos ... en torno a 590 millones.

Así de simple y ... así de complicado porque hay muchas Bolsas en el mundo, muchos activos financieros de distinta naturaleza que se compran y se venden en Bolsa, y muchos factores que afectan al valor de las acciones. No es fácil entender, sin esfuerzo, eso de que la Bolsa sube y baja, o lo de que el Ibex 35 o el Dow Jones ganaron o perdieron tantos puntos. Hay otros mercados organizados que se denominan a sí mismos Bolsa que no cuesta trabajo imaginar a qué se dedican. Un ejemplo: la Bolsa de Armas de Lausana (Suiza).


Otra cosa que confunde bastante es su propio nombre: ¿por qué se llama Bolsa?. Bueno, pensemos, y ... ¿por qué los bancos se llaman así, que suena a sitio para sentarse?;  ¿o por qué el mercado de pescado se llama Lonja?. Son nombres heredados. Lonja proviene de una palabra de los francos que significaba sala o habitación. Banco de que los cambistas –antecesores de los banqueros- se instalaban en las ferias para hacer sus operaciones usando una especie de banco como mostrador.

Y Bolsa ... no se sabe muy bien, pero tiene que ver con un local de negocios de Brujas –en los Países Bajos- que usaba como símbolo las típicas bolsas en las que se llevaba el dinero. Justamente las que exigían bandidos y maleantes cuando soltaban lo de ¡La bolsa, la vida o ... la tripa rompida!.

Cameron, R. (1990), Historia económica mundial, Alianza Editorial.
Como se ve, la Bolsa se define como mercado organizado o regulado, bien fuese de mercancías o bien de instrumentos financieros; y las mercancías “no se intercambiaban en el acto; eran meras muestras que se inspeccionaban para ver la calidad. Después se hacían los pedidos y los bienes se mandaban desde los almacenes.” El progreso que en el comercio y las finanzas experimentaron los Países Bajos en los siglos XVI y XVII condujo a la construcción de un gran edificio para albergar las operaciones bursátiles, y nació así la primera Bolsa de Valores del mundo, inaugurada en 1602 en Amsterdam.

Bolsa de Valores de Amsterdam (1653) por Emanuel de Witte

Familiarizados con el vértigo de las Bolsas de Valores actuales, con los informativos dándonos la tabarra cada día, nos suena raro que hace 50 años los expertos económicos oficiales de Ourense se refiriesen a que en una pequeña capital provincial existía una Bolsa del Jamón.

Y sin embargo, mirándolo bien, algo de razón tenían. Aunque a mediados del siglo XX fuese un uso exagerado del concepto de Bolsa, podemos concederles una parte de razón porque querían resaltar algo inusual: se referían a un mercado organizado en el que una serie de comerciantes importantes se reunían periódicamente para cerrar contratos y acordar fechas, cantidades y precios de entregas futuras de un producto que no hacía acto de presencia.

Todo, eso sí, muy humilde e informal si lo comparamos con otras Bolsas de mercancías o de valores, mucho más sofisticadas, por supuesto. Porque los que participaban en la Bolsa del Jamón de Ourense se reunían dos veces al mes, negociaban con un único producto, y carecían de edificio propio para realizar sus operaciones. El lugar de reunión era ... una cafetería, el Café Roma, en el hotel del mismo nombre.


Nada que ver, por supuesto, con el Palacio de la Bolsa de Madrid, pero es que tampoco se necesitaba tanto edificio. Cuando en 1960, tras 75 años de actividad, una crónica periodística recogía con tristeza el cierre del Café Roma, se recordaba que “periódicamente, también se reunían en él, los días de feria, los más potentes almacenistas de jamones de la provincia –de Dacón, Maside, Carballino, Allariz- para concertar grandes y pequeñas operaciones para los mercados de Madrid, Barcelona y otras ciudades”.

1960

El origen de nuestra Bolsa era resumido en una entrevista de 1956 –reproducida más abajo- por uno de los comerciantes destacados del sector, Tomás López Castro, hijo del recién fallecido Tomás López-Valeiras Cartucho, de Dacón.

En la entrevista se señala que todos los días 7 y 17, días de feria en Ourense, los comerciantes mayoristas de jamones se reúnen en el Café Roma y que “las transacciones que se realizan a costa de este exquisito producto alcanzan, muchas veces, cifras que de ser publicadas posiblemente asombrarían a más de uno”.

Luego el periodista pregunta: “¿Por qué se ha centralizado en el Hotel Roma esta que pudiéramos llamar la Bolsa del jamón?”, y responde Tomás López: “La contratación de las partidas se hacía antes al pie de la mercancía y se rubricaba con un solemne apretón de manos. Nunca se hizo un simple papel de compromiso. Desde poco después de nuestra Guerra [1936-39] todos los vendedores coincidían aquí para solucionar sus asuntos los días 7 y 17 de cada mes. Se impuso la costumbre de reunirse con los almacenistas forasteros en el Hotel Roma y allí se realizan las operaciones.

No es de extrañar, en mi opinión, que expertos, periodistas y comerciantes viesen en este mercado con un toque informal pero organizado algo que merecía el nombre de Bolsa. En aquellas décadas posteriores a la Guerra Civil, las operaciones mercantiles de todo tipo de productos agrarios, desde ganado a cereales y vinos, seguían el modelo tradicional de las ferias y mercados, de los contactos personales, de las operaciones a pequeña escala, de la mercancía a la vista del comprador; y muchas de ellas bajo un estricto control gubernamental sobre precios, calendarios, márgenes comerciales, cupos, etc.

Eso de que se negociase sin la mercancía presente, al revés de lo que sucedía en las ferias, y de que fuesen unos pocos los que lo hacían y en privado, antes o después del café; que las operaciones alcanzasen volúmenes considerables, en términos relativos, luego reflejados en los cargos y abonos de las cuentas bancarias; que de los tratos cerrados surgiesen precios de referencia para toda una región. Todas estas características resultaban llamativas en una pequeña ciudad de 39.000 habitantes como era Ourense en 1950. Amsterdam, que como he dicho antes fue sede de la primera Bolsa de Valores, tenía ya en 1675 nada menos que 200.000.

Para concluir, reproduzco la entrevista citada en la que se comentan aspectos interesantes sobre el comercio tradicional de los jamones gallegos. No estaría mal que los japoneses, tan aficionados, volviesen a adquirirlos.