30 de mayo de 2014

AgroLance. Caballos salvajes contra lobos

1956

AgroLance. Entrevista a un 'ferrador'

Ourense, 1952. Entrevista realizada por F. Álvarez Alonso.





“Cientos de veces tuve la misma tentación de entrar en el taller de herrajes de las proximidades del Jardín de Posío y cientos de veces me resistí al impulso. Me parecía que no iba a ser mucho lo que se podía sacar en limpio de una industria como la de aquellos herradores y que, por consiguiente, casi no merecía la pena descender el escalón que separa la acera del piso del taller.

Algo, sin embargo, me hizo cambiar de propósito. El encargado de aquel lugar, Delmiro Rodríguez Cota, es el decano de los herradores de Orense y de los partidos judiciales más próximos y, por si ello fuera poco, el mejor de todos los del gremio de la provincia.

En aquel momento, a última hora de la tarde, quedaban todavía dos bueyes por herrar, uno de ellos sujeto con cadenas y cuerdas al potro, el otro observando a su compañero desde el fondo del recinto con ojos en los que se reflejaba una vaga inexpresividad.

- No parece muy difícil la tarea – le digo yo al herrador.
- Ni lo es, sobre todo para quien, como nosotros, lleva tanto tiempo en el oficio.

Este «nosotros» comprende a él y a su hermano Manuel, que se ocupa de las patas del animal, mientras mi colocutor hierra las manos.

- ¿Es la experiencia lo que da esa soltura?
- En parte, sí; pero más importancia tiene el interés que se pone en la tarea.

- ¿Son ustedes muchos?
- «Clínicas» de importancia en la plaza solo hay ésta y otra. Todos los demás son intrusos, y de ellos tenemos aquí bastantes.

- ¿Qué operaciones comprende el herraje de un animal?
- Primero, se le amarra al potro, después se le extraen las herraduras viejas, se le prepara el casco y, finalmente, se le coloca el casco nuevo. Eso es todo.

- Para ustedes ¿qué momento es el más delicado?
- Todos son por el estilo.

- ¿Cuál es el estado actual de esta industria?
- Ha desmejorado mucho con relación a hace algunos años. Por esa razón ahora ya no hay tanto trabajo como antiguamente.

- ¿Cuál es el motivo principal de esa «baja forma» a que acaba de referirse?
- El único que existe: los automóviles. Por culpa de ellos y de tanto chisme mecanizado, las bestias de carga han quedado reducidas al mínimo. Ahora, si usted se fija, faltan carros.

- ¿En la ciudad sólo o también en el campo?
- En la ciudad y en el campo. Aunque en los pueblos de la provincia hay pocos coches particulares, hay, en cambio, muchos de línea, y, con ello, la mayoría de los arrieros han desaparecido.

- ¿Está en proporción el número de herradores con el de clientes?
- ¡No, señor! ¡Ni mucho menos! Antes de la guerra solo los había en Orense, Maceda, Allariz y Celanova, como más próximos. Ahora, en cualquier pueblo de estos contornos tiene usted uno.

- ¿Suele durar mucho una pieza de las puestas por ustedes?
- Eso depende, claro está, de la cantidad de trabajo a que se someta al animal que la lleve. Sin embargo, la duración corriente es de un mes, sobre poco más o menos. También depende, naturalmente, de la clase de terreno, pues en Galicia se gasta más pronto una herradura que, pongamos por ejemplo, en Castilla.

- Que usted recuerde, ¿cuál fue la época de mayor esplendor de este oficio?
- En los 45 años que llevo en él, cuando se viajaba en diligencia. Aquello era estupendo. Sólo en la central del ferrocarril había seis coches para el servicio de los viajeros que iban o venían en tren, lo mismo que hoy hacen los taxis.

- En todos esos años que hace que trabaja en esto ¿tuvo muchos accidentes?
- Únicamente recibí dos coces, una en cada pierna, cuando era rapaz, pero de ellas no quedaron más que la señales. Desde entonces no volví a tener ni el más ligero rasguño.

- ¿Cómo es posible tanta suerte?
- No es suerte. Lo que pasa es que nosotros cuando pasamos al lado del animal, solo con mirarle para la cara ya conocemos las intenciones que trae y, si son malas, entonces ya es cuestión de andarse con cuidado para no dejarse sorprender.

- ¿Ha habido algún caso de rebeldía extraordinaria?
Ambos hermanos evocan casos sucedidos, pero solo coinciden en uno de ellos.
- Un día –dice Delmiro— una mula de Paderne vino a herrar por vez primera. Después de amarrarla al potro, a la primera sacudida que dio lanzó al dueño contra la puerta de salida. El dueño me cogió a mí en el camino y, aunque no ocurrió nada, el susto fue de padre y muy señor mío.

- ¿Qué animal es el más difícil de herrar?
- El buey, sin género de dudas, por la sencilla razón de que así como en las caballerías van clavadas las herraduras por las dos partes, en el ganado vacuno solo van por una. Además, el buey tiene muy poco casco.

- ¿Es el más rebelde el mulo?
- No. También en eso se lleva la palma el buey. Este animal no nació para ser herrado. Es en él una cosa «contra-natural», en tanto que las caballerías van acostumbradas desde pequeñas.

- ¿Y el que se hierra más a menudo?
- El asno, que además de ser el que más trabaja, es también el que más abunda.

- Sí, señor. Por desgracia...”
F. ÁLVAREZ ALONSO

Potro de ferrador en Vilamarín (Ourense Etnográfico, 1998)



29 de mayo de 2014

La batea de Moaña, la taberna de Bouzas y el Pazo de Cequeliños.



Empecé con una batea de mejillones en 1932 y fui a dar a un pazo y a una agencia de negocios. El pazo me llevó a una taberna-tienda de ultramarinos, y la taberna me llevó a una conocida bodega que se estableció en el pazo hace casi cuarenta años. Al final llegué a un ‘carpinteiro de ribeira’ pionero de la mitilicultura, es decir, del cultivo de mejillones. Y estas vueltas y revueltas me condujeron a un refrán: zapatero a tus zapatos.

Cuando tiempo atrás, estudiando la historia de la mitilicultura gallega, me enteré de que en 1932 el Ministerio de Marina había concedido permiso para instalar un vivero flotante para el cultivo de mejillones enfrente a la iglesia de Tirán (Moaña) busqué y busqué información para saber si se había instalado de verdad. Habría sido la llamémosle Batea Primera de Galicia, la pionera.

Pero no encontré noticias de que hubiese llegado a existir y despaché el asunto. Me resultaba raro que quien había solicitado el permiso tuviese apellidos hidalgos –Pedro Vázquez de Puga y Pereira, abogado- y que ningún rastro hubiese quedado de la implicación de D. Pedro en las cosas del mar. Un proyecto inconcluso, concluí.

Pasaron los años y gracias al cúmulo de informaciones sobre las pequeñas historias que encontramos en la red, descubro que sí, que la batea existió, aunque se fue al fondo sin haber llegado a dar su primera cosecha. En este enlace encontrará el lector un breve reportaje sobre ella. En el mapa de abajo podemos ver su emplazamiento original.

Ría de Vigo y batea de 1932 en rojo.

Y aquí otro texto interesante, firmado por Luis Mª Pérez González, quien cita como fuente las informaciones facilitadas por el socio de Vázquez de Puga en el negocio, Manuel Otero Moratinos, también abogado. Traduzco del gallego.

En 1932, Manuel Otero Moratinos, por entonces Secretario del Juzgado Municipal de Bouzas, viajó a Barcelona para ver los viveros flotantes de mejillón, comenzó a meditar sobre la posibilidad de transferir la experiencia a la ría de Vigo. Al llegar a Vigo, junto con su amigo Pedro Vázquez de Puga y Pereira, estudió el proyecto y decidió solicitar la autorización a través de la Ayudantía de Marina de Cangas para instalar una batea en aguas próximas a Tirán.

Se construyó la batea utilizando como flotador uno de los cajones en que llegaban embalados a Vigo los coches que enviaba la General Motors, adquirido al Garaje Americano por 300 pesetas. La batea fue fondeada en el lugar mencionado, quedando a su cargo el vecino de Tirán, Enrique Juncal Iglesias, más conocido por el apodo de ‘O Caranguexo’. Este hombre murió a consecuencia de una pulmonía que cogió al tirarse al mar, y tratar de salvar la batea que se iba al garete por el fuerte temporal que aconteció el día 2 de febrero de 1933.

La experiencia no fue larga, pero suficientemente significativa para ser considerada como pionera en el cultivo de mejillón en Galicia.

No se conservan fotos de aquel rudimentario artefacto, pero sí del primer joven bateeiro, Enrique Juncal, muerto en combate contra un temporal para salvar la batea cuando tenía 24 años.


De modo que dos abogados residentes en Vigo habían tenido la idea de trasladar a Galicia el sistema de cultivo en viveros flotantes que llevaba décadas funcionando en Barcelona y en otros puertos del Mediterráneo. Dos jóvenes licenciados en Derecho, que tendrían 27-28 años, se animaron a realizar el experimento. Sus familias nada tenían que ver con los moluscos, la pesca o el marisqueo. Otero Moratinos era hijo de Manuel Otero Casaús, primero comerciante y después ‘agente de negocios’. Acá tenemos un anuncio de su empresa.

1931

Y Pedro Vázquez de Puga procedía de una familia hidalga, asentada en Cequeliños (Arbo), a orillas del río Miño, con antepasados diputados y senadores, que disponía de finca con viñedos y de su correspondiente pazo, el Pazo da Moreira.

Pazo da Moreira (Arbo), en foto reciente.

Seguí la historia de este pazo y fui a parar a Bouzas. Fui a parar justo al año de la Batea Primera, 1932; justo a cuando Otero Moratinos desempeñaba en la villa marinera el cargo de secretario del juzgado; y justo a cuando Mariano Peláez Muñoz, natural de Becerril de Campos (Palencia), montaba en Bouzas un pequeño negocio de ultramarinos y venta de vinos. Una triple coincidencia de esas que producen sorpresa.

Bouzas era entonces un importante núcleo pesquero e industrial, con vapores de pesca, astilleros y fábricas, con muchos marineros y obreros a los que servir tazas de vino.

Bouzas, 1930
Bouzas, 1940

Y Bouzas siguió creciendo y dando vida al bar y comercio de ultramarinos de los Peláez. Acá tenemos un anuncio de 1960.

1960

Tras la muerte del fundador en 1966, su hijo Mariano Peláez Lomana decidió introducirse en la elaboración de vinos embotellados con la marca Marqués de Vizhoja. Había servido muchas chiquitas y había aprendido mucho de vinos en el negocio familiar. Bueno, pues le fue bien y empezó a recibir premios.

1970

Le fue tan bien que Mariano Peláez hijo acabó comprando en 1975 el pazo y la finca de los Vázquez de Puga. El humilde tendero-tabernero ascendió así a reconocido bodeguero con ‘palacio’ propio.

2010

Nos falta saber si tras la muerte prematura de la 'Batea Primera' en 1932 surgieron otras nuevas en Moaña. Y la respuesta es, claro, afirmativa pero... eso sí, hubo que esperar nada menos que veinte años, hasta abril de 1953, cuando el moañés José Ferradás Piedras solicitó autorización para instalar cuatro viveros flotantes de mejillón en Domaio. Los Ferradás poseían desde principios de siglo un astillero que construía buques de madera y dominaban, lógicamente, las técnicas de fabricación de artefactos flotantes. El primer paso imprescindible para introducirse en el nuevo mundo de las bateas mejilloneras.

1961

Otros vecinos de Domaio siguieron su ejemplo, como Julio Veiga Ferradás también en 1953 o José Rios Palmás en 1954. De modo que una foto aérea de 1956 nos permite divisar creo que doce bateas fondeadas en la ensenada de Domaio.

1956, bateas en Domaio.

El negocio mejillonero fue a más, y por eso en un reportaje de 1962 se destacaba que Domaio era el pueblo marinero de la ría de Vigo con mayor número de bateas, aproximadamente noventa, que producían cada una en torno a 20 toneladas de mejillones y de insuperable calidad, ‘hasta el extremo de que en Cataluña solicitan siempre mejillón de Domayo, aún pagándolo más caro.”

1962

Bateas, tabernas y pazos. A la hora de concluir esta historia me vino a la cabeza el conocido refrán de ‘zapatero a tus zapatos’. Bien sabemos que los refranes reflejan el saber de la experiencia, pero la cuestión es que los refranes provienen de épocas en las que los cambios eran mínimos, eran lentos, y por esa misma razón sabía más el diablo por viejo que por diablo. Muchos refranes sólo tienen aplicación local, refranes del estilo ‘Año de nieves, año de bienes’. Y otros son aparentemente contradictorios: “A quien madruga, Dios le ayuda” versus “No por mucho madrugar amanece más temprano”.

Pero desde que el cambio tecnológico se ha convertido en el pan nuestro de cada día, la movilidad entre profesiones se ha multiplicado y lo de ‘zapatero a tus zapatos’ suena a antiguo. De ahí que hayan surgido un sinfín de predicadores de un mantra que ya resulta pesado, el mantra del ‘si quieres, puedes’, del que todo es cuestión de esfuerzo y voluntad. El muy norteamericano mantra del emprendedor.

Pues... ni una cosa ni la otra. La experiencia previa, con ciencia o sin ella, sigue y seguirá contando. Nuestra historia es buen ejemplo de ello. Dos abogados urbanos frente a carpinteros de ribera a pie de playa que conocían el mar y dominaban el arte de hacer flotar. No hay color. Una tradicional familia hidalga con pazo frente al hijo de un emigrante con años de experiencia sirviendo chiquitas a marineros, obreros y armadores, que sabía de vinos y sobre todo de los gustos del consumidor. Más de lo mismo.

7 de mayo de 2014

AgroEnlace. Rof Codina y la ganadería gallega



Juan Rof Codina (1874 El Prat de Llobregat – 1967 Lugo), gran veterinario, llegó a Galicia en 1898 y a lo largo de sesenta años estuvo en contacto con el mundo rural, con los labradores, con los ganaderos, con los de abajo y también con los de arriba, siempre preocupado por diagnosticar los problemas de la Galicia agraria y por ofrecer soluciones. Nada relacionado con la ganadería escapó a su curiosidad, desde las condiciones de producción y comercialización, hasta el cooperativismo y las industrias transformadoras.

Rof Codina escribió libros y artículos, dirigió revistas especializadas, participó en Congresos científicos. Pero, sobre todo, publicó y publicó en la prensa diaria. Cientos de textos que componen una crónica excepcional del sector pecuario gallego a lo largo de seis décadas.

La Tesis Doctoral defendida hace ahora un año por Diego Conde Gómez, de la Universidad de Santiago, es de lectura obligada para los interesados en conocer al detalle la trayectoria de nuestro protagonista y, en paralelo, la historia de los veterinarios y de la ganadería gallega del siglo XX. Un trabajo académico, escrito en gallego, de 621 páginas, con 265 imágenes y sus correspondientes estadísticas.

Puede descargarse aquí -son 25 megas-, y abajo reproduzco la portada y el índice.



 

18 de marzo de 2014

‘Reyes del agro' en Argentina (4): Juan Fuentes



En una entrada anterior he tratado de aclarar como una minoría de emigrantes gallegos llegaron a convertirse en ‘reyes’ del agro en Argentina. En este cuarto capítulo toca contar la historia de Juan Fuentes Echevarría, el ‘rey del maíz’, y de paso conoceremos la de otro emigrante afortunado, José Félix Soage.

He encontrado varias versiones breves de la biografía de Juan Fuentes, el ‘rey del maíz’. Acá tenemos la publicada por un diario gallego en 1955:

En 1852 nacía en Caldas un niño que fue bautizado en la antigua Iglesia de Santo Tomás, con el nombre de Juan. En la tierra de sus mayores se fue haciendo mayor y creciendo, mientras jugaba con chicos de su edad (...) A los 14 años, siendo todavía un niño, y en la época en que los cuidados de sus padres se harían más necesarios, partió como muchos otros para Buenos Aires, de la cual había oído mil comentarios a sus familiares, y cuando aquella tierra se estaba formando.
La despedida fue emocionante, y todo Caldas despidió al muchachito, que cruzaría el Atlántico para trabajar y lograr fortuna (...) La travesía duró 14 días en un velero de los que hacían en 1868 la línea con el Plata, desembarcando en el puerto de Buenos Aires, donde lo esperaba su hermano que había emigrado con anterioridad. El primer empleo fue el de peón en un saladero de Entre Ríos en el que duró dos años. Después de lavador de copas en un Hotel de Rosario, para el que trabajó con entusiasmo cinco años, al cabo de los cuales y con lo que había ahorrado, se hizo empresario de transportes, con una diligencia entre Rosario y San Nicolás.
Su contacto con hombres de campo, capataces, propietarios, etc. le sirvieron para aprender mucho, y se fue también metiendo en sus secretos y trabajos poco a poco, hasta llegar a ser un importantísimo ganadero y agricultor, de ahí la denominación de Rey del Maíz por las extensiones e importancia de sus cultivos. Fue el iniciador y principal promotor de importantes sociedades agrícolas-ganaderas, una de las cuales –la denominada ‘Juan Fuentes’- contaba con más de 10 establecimientos, con la que consiguió una opulenta situación económica, lograda por su talento, honestidad y trabajo (...)

Esta otra minibiografía procede de la crónica de su fallecimiento, en 1934, publicada por el diario El Litoral (Santa Fe):

FALLECIO ESTA MAÑANA DON JUAN FUENTES
Esta mañana a la edad de 82 años ha fallecido el fuerte colonizador Don Juan Fuentes. Nacido en España llegó al país a la edad de 14 años y al desembarcar en Buenos Aires toda su fortuna consistía en la suma de 20 centavos que invirtió en ciruelas. Permaneció allí algunos años ejerciendo oficios modestos hasta que hace 63 vino a radicarse en Rosario, empezando como lavaplatos en la fonda que había entonces en la esquina de San Lorenzo y San Martín. Luego se dedicó a conductor de diligencias y sus ahorros los invirtió en la compra de tierras. Don Juan Fuentes que llegó al país con 20 centavos, se convirtió a través de los años en el mayor productor de maíz de la provincia de Santa Fe en campos propios, aparte de ser una de las grandes fortunas de la provincia.”

Como puede apreciarse, en ella se nos aclara que Fuentes era “el mayor productor de maíz de la provincia de Santa Fe en campos propios”. Bueno, ahora ya sabemos que su reino del maíz quizá no abarcase toda la Argentina. Aunque alguno, que bien podría haber sido de Bilbao, se aventuró a proclamar que el caldense reinaba en el mundo entero. La afirmación procedía del más veterano emigrante español en Rosario, llamado Sebastián Gana, en una entrevista realizada poco antes de la muerte de Juan Fuentes.

1934
80.000 toneladas de maíz, nos dice dubitativo. Ochenta mil toneladas. La verdad es que no tengo claro que este volumen de producción fuese suficiente como para ser coronado rey de Santa Fe o rey de Argentina. Es cierto que la cifra impresiona si la comparamos con la cosecha gallega de maíz, que en 1930 rondaba las 350.000 toneladas. Pero no tanto cuando atendemos a la cosecha total argentina que, según las estadísticas, ascendió a 8,6 millones de toneladas anuales en el quinquenio 1930-1934.

Fuese como fuese, está claro que llegó a ser un gran hacendado –con 45.000 hectáreas, según algunas fuentes- y que su especialidad fue el maíz. ¿Y por qué este cereal americano llegó a ser tan importante en el agro argentino?

Vamos a verlo. Cuando falleció Juan Fuentes, en 1934, Argentina era el segundo productor mundial tras los Estados Unidos y, desde luego, el mayor exportador. Una posición que había ido conquistando desde principios de siglo. En el siguiente gráfico, elaborado a partir de Mitchell (International Historical Statistics. The Americas 1750-1993), pueden apreciarse tanto la expansión de la producción de maíz en Argentina como su notable orientación exportadora. Si sumamos la cosecha de los 23 años que abarca la serie del gráfico resulta un total de 101,3 millones de toneladas, de las cuales 50,9 millones –algo más de la mitad- correspondieron a ventas al exterior.

Argentina 1898-1920. Producción y exportaciones de maíz

¿Y cuáles eran los principales mercados de dicho maíz? La respuesta es bien fácil: las ventas se dirigían a los países más industrializados a excepción, claro está, de Estados Unidos. Gran Bretaña era con gran diferencia el principal cliente. ¿Y para qué querían los europeos tanto maíz?; ¿para elaborar pan? Nada de eso. Puede que así sucediese en las regiones más pobres y habituadas a su particular sabor de la Europa sur, pero su uso primordial era la alimentación animal. Ningún británico comía ‘pan de millo’.

También Galicia importaba maíz argentino pese a ser una de las regiones españolas más maiceras, y por el mismo motivo: para alimentar el ganado destinado a satisfacer la demanda creciente de carne y productos lácteos. Supongo que en Argentina, con tantos gallegos, asturianos e italianos, se emplearía en la cocina una pequeña parte de su enorme cosecha de maíz, pero el rey de los cereales para elaborar pan, pizza, pasta, etc. era sin duda el trigo.

Así que resulta muy probable que los campos de Juan Fuentes surtiesen de maíz a sus propios paisanos gallegos, atravesando el Atlántico, recorriendo los 10.000 kilómetros que hay desde Buenos Aires. La abundancia relativa de tierra y mano de obra a ambos lados del Atlántico determinaba los flujos: Galicia era excedentaria en hombres y deficitaria en tierras de cultivo y forrajes; en Argentina pasaba al revés, mucha tierra por habitante. Juan Fuentes fue uno de los que equilibró la balanza.

El palacio que erigió en Rosario entre 1922 y 1927, cuando ya había cumplido 70 años, sigue siendo uno de los edificios históricos notables de la ciudad. Aquí una amplia colección de fotos del mismo.

Palacio Fuentes (Rosario), foto reciente
Rematado el palacio, Juan Fuentes tomó la decisión de echar una mano a sus paisanos de Caldas y financió la construcción de una Plaza de Abastos. En una breve noticia de mayo de 1929 se decía:

Un gallego natural de Caldas de Reyes, conocido en la Argentina por el ‘Rey del maíz’, llamado Juan Fuentes Echevarría, que hace 62 años que reside en Rosario de Santa Fe y posee un centenar de millones de pesos, regala a su villa natal una plaza de abastos, para lo cual ha remitido la cantidad de 115.000 pesetas.”

La Plaza fue inaugurada el 12 de octubre de 1930. Acá un par de fotos del interior y exterior de la misma.

Plaza de Abastos de Caldas, años 1930
Por simple casualidad, resulta que en el mismo año se inauguraba la Plaza de Abastos de Cangas do Morrazo. Y ¿quién había aportado las 200.000 pesetas necesarias para su construcción? Pues... otro emigrante  que hizo fortuna en Argentina, José Félix Soage Villarino (1844-1924), quien desembarcó en Buenos Aires con 14 años y fue acogido por varios parientes residentes en las poblaciones costeras de Necochea y San Clemente de Tuyú.

Acá ofrezco un resumen de su biografía, traduciendo el texto en gallego escrito por Lois Pérez Leira para la Enciclopedia da Emigración Galega.

El joven Soage se emplea en un almacén de ramos generales que poseían sus familiares José Manuel Soage y José F. Villariño. Los clientes de su negocio fueron los típicos gauchos argentinos que se proveían de comestibles y utensilios para sus trabajos de campo. Pasaron nueve años hasta que su pariente Juan C. Martínez lo coloca de gerente de los diversos negocios que éste tenía en su pueblo. Durante trece años que duró este empleo logró unos buenos ahorros con los que, junto a un préstamo bancario, pudo comprar en enero de 1880 una fracción de tierra de 16.000 hectáreas, equivalentes a la extensión de su concejo natal. Las tierras compradas se hallaban en la zona de Casares, dentro de la Provincia de Buenos Aires.
Al poco tiempo, Soage contaba con 20.000 cabezas de ganado ovino. El joven estanciero, sin embargo, soportará uno de los momentos más amargos de su vida, debido a una gran inundación que casi lo deja sin ganado. Su tesón y resistencia hicieron que Soage realizase las obras necesarias para evitar futuras inundaciones que le pudiesen hacer perder toda la inversión. Así describía su personalidad la revista argentina ‘El Hogar’: Con paciencia de hormiga cumple allí una tarea que después atraerá la atención de los entendidos: abre canales, tiende una compleja red de desagües, levanta a brazo los niveles escurridizos con el lodo que saca de los bajos, y realiza esta ímproba labor de topo él mismo, y de sol a sol (...) Al fin pudo domar la adversidad, la lluvia es ahora una bendición para los campos, el agua fluye por las obras, alimenta los lugares más secos y nutre los campos de alfalfa y pastos tiernos que surgen gracias a los abrevaderos. Así ve José retornar la riqueza con el fácil engorde de sus animales y extenderse las cándidas majadas en sus 16.000 hectáreas (...). Durante 20 años, Soage se dedica de lleno a las actividades agropecuarias. En 1904 se trasladó a Buenos Aires, comprando una finca en la calle Uruguay 1602 (...).
[Soage] alza en Cangas un hermoso edificio, dotado de cámaras frigoríficas y amplio espacio para la salazón del pescado, además de un mercado de abastos donde las viejecitas vuelven a lanzar sus pregones (...) y tendrá también activa participación en otras obras benéficas, como costear la construcción de una escuela o la reconstrucción de la iglesia parroquial, a la que además donó un órgano. [Añado: también la traída de agua potable]
También realizó obras benéficas en Argentina, entre las que destacan la creación de una sala de primeros auxilios en Daireaux, el lugar donde hace su fortuna. Destina 200.000 pesos a levantar un pabellón hospitalario en la ciudad de Temperley. Realiza la primera donación registrada en el Hospital Español de Buenos Aires. Funda bibliotecas de barrio. Ayuda en forma constante a la Sociedad de las Hermanas de Desamparados, al Patronato de la Infancia, al Patronato Español, a la Sociedad Española de Socorros Mutuos de Buenos Aires. Todas las navidades, Soage recorría los hospitales infantiles para repartir juguetes, ropa y golosinas. En 1919 dona 25.000 pesos a la Sociedad Española de Socorros Mutuos, que lo nombra socio honorario por tal acción.”

Abajo muestro una fotografía de la alameda de Cangas con el mercado de abastos al fondo, y otra con la estatua levantada en honor a Soage Villarino al poco de su muerte en 1924.

Mercado de abastos de Cangas, al fondo. Años 1930
Estatua de José Félix Soage en Cangas, inaugurada en 1925

Señalemos, por último, que un pariente de José Félix Soage Villarino es reconocido por haber cedido parte de sus tierras para uso público en la localidad de Zavalla, cerca de Rosario. Terrenos que hoy constituyen el Parque Villarino y en los que se emplaza la sede de la Facultad de Ciencias Agrarias de la Universidad de Rosario.

Me va a resultar difícil explicar quién fue el donante: fue José Víctor Villarino, hijo de José Félix Villarino –queda claro que les gustaba el nombre-, un hermano de Joaquina Villarino quien a su vez era la esposa de Benigno Soage Villarino, hermano de nuestro personaje de Cangas, el de la estatua. Vamos a ver, el donante era... sobrino de la mujer de un hermano del Soage que costeó el Mercado, pero también podía haber sido pariente más directo, porque intuyo que José Félix Villarino era a su vez primo de José Félix Soage Villarino. Queda claro, pues, que no me aclaro porque me faltan datos para resolver el embrollo de parentescos.

Abajo podemos ver una placa colocada en recuerdo de los Villarino y en agradecimiento por su donación.


Dos historias casi paralelas de emigrantes procedentes de la Galicia campesina de tantas leiras diminutas, de tantos pequeños cultivadores, de tantos pequeños propietarios, que cruzaron el Atlántico sin imaginar –imagino- que llegarían a ser dueños de tanta tierra. O tal vez sí.